1. Y cayeron los cerezos

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Sólo se escuchan gritos en aquel descampado. La sangre se derramaba por el suelo grisáceo en el que se reflejaban las huellas de los zapatos llenos de polvo.

Sonidos estridentes debido a los golpes de bates de béisbol, no utilizados para este deporte precisamente, sino para golpear a otra persona. Para hacerle sufrir, humillarle hasta no poder más. Demostrar que eras el más fuerte.

Las pandillas de adolescentes cada vez eran más peligrosas en la ciudad de Yokohama, donde antes reinaba la paz y la tranquilidad. Aún con lo hermosa que era, poco a poco iba siendo consumida por peleas, convirtiéndose en un campo de batalla.

Pero a su vez, las pandillas se reducían. Más bien, se unían bajo el liderazgo del que era conocido como el más fuerte de todo Yokohama.

No era un apodo que saliera de la nada, se lo había trabajado con sudor y lágrimas.

Nadie nace siendo fuerte. Pero él así lo creía.

Por eso aprovechaba el último día de vacaciones de la manera que mejor sabía. Derrotando a una pandilla para poder anexionársela y aumentar más y más su poder. Pero a él le gustaban los retos, por lo que fue él solo contra un grupo de diez personas.

Y resultó vencedor en cuanto vio como ninguno de ellos podía levantarse del suelo. Aquel chico de apenas 17 años era el más temido de la ciudad, nadie querría encontrarse con él.

-¿¡Qué cojones os pasa!? ¿¡Es que no podéis más!? ¡Qué aburrido! Ah... ¿Es que no hay nadie a mi altura o qué? Yo, Nakahara Chuuya, soy el amo de Yokohama. ¡Deberíais arrodillaros ante mí, bastardos!

Sus palabras resonaron en el descampado que pronto abandonó el chico de nombre Nakahara Chuuya. Su estatura era baja, pero su mirada lo compensaba todo. Esos ojos azules profundos, rasgados y delineados de forma suave mostraban un gran respeto, a veces ni necesitaba hablar. Sus enemigos se intimidaban al ver el zafiro que mostraba. Pelirrojo, labios finos decorados por un bálsamo labial de sabor a coco y lo que más llamaba la atención, su bien formado cuerpo. Chuuya amaba ejercitarse, pero además de unos buenos músculos también tenía una cintura delgada. Todo lo bueno que podías imaginar se encontraba en el físico del pelirrojo.

Su personalidad, no iba nada con su aspecto, desgraciadamente.

Chuuya regresó a casa fumando un cigarro que apagó antes de entrar a su casa. Su hermana odiaba el olor a nicotina, especialmente ahora que tenía una vida dentro de ella.

Abrió la puerta y la encontró en el sofá con una dulce sonrisa, calentando su barriga de seis meses con aquella manta que su difunta madre solía colocarle a sus hijos durante el invierno. Tejía un lindo trajecito de color blanco para acompañar aquel gorrito y guantes de lana que ella misma hizo.

Aquella imagen reconfortaba por completo a Chuuya. Y le hacía recordar lo mierda de persona que él era. Su hermana luchaba a su manera también. Y, era mucho más luchadora que cualquier otra persona en el mundo.

-Chuuya... ¿De nuevo te has metido en peleas? Cariño, mañana comienzan tus clases... Al menos deberías estar presentable el primer día. Deja que te cure esas heridas.

-Kouyou. No le des importancia, no es mi culpa si unos pocos de tíos vienen a coquetear conmigo. Hijos de puta, ¿quién se creen que soy?

La mirada de su hermana le hizo callar. Sus ojos mostraban... Lástima.

-Mamá nunca hubiera querido que fueras así.

Mamá...

-No hables de alguien que ya no está aquí... - fue solamente un susurro lo que Chuuya dejó escapar de sus labios. Quién sabe si Kouyou le escuchó. - No te preocupes por mi cena, me voy directo a la cama. Estoy cansado.

《El macarra de Yokohama》Soukoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora