2. La pandilla Nakahara

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No podía dejar esa situación así como así.

Puede que fuera un macarra sin cuidado, que golpeara a cualquiera que se le pusiera delante pero siempre lo hacía con motivos. Chuuya nunca podría aprovecharse de alguien más débil que él, por eso cuando veía esas situaciones lo que hacía era acudir en su ayuda.

Y eso hizo.

-¿Se puede saber qué coño hacéis?

Las miradas de toda la clase se centraron en Chuuya. Incluso la de ese chico castaño de gafas que estaba siendo acosado. Mostraba impresión, como si estuviera perplejo. Lo más probable era que nunca antes le hubieran defendido de esa manera. Las personas que veían situaciones de acoso se quedaban al margen. Observaban lo que ocurría, pero nadie actuaba. En esa sociedad enfermiza es en la que vivimos.

El chico que estaba principalmente acosando al castaño sonrió con picardía y orgullo al escuchar las palabras de Chuuya y éste tuvo que controlarse para no propinarle un puñetazo en la cara desde el primer día de clases.

-No sé de qué hablas. Estoy saludando a un compañero de clases al que conozco desde hace dos años. ~ Dazai sabe como soy, ¿verdad? Vamos, dile si te importa lo que te digo.

Al parecer, se llamaba Dazai. El chico tembló un poco y se levantó de su asiento, posicionándose frente a Chuuya con nerviosismo, todo su cuerpo estaba rígido. Sus labios se abrieron un poco y empezó a hablar con una voz totalmente vacía y tranquila.

-No te molestes... Yo... Estoy acostumbrado y no me importa en realidad.

No podía creerlo. ¿Hasta ese punto lo tenían dominado? Aceptaba que le dijeran cualquier cosa y solo agachaba la cabeza y se reía falsamente. No encontraba ningún rastro de lágrimas en sus ojos, estaban vacíos, sin brillo alguno. Parecía una persona distinta a la que estaba mirando por la ventana. Antes sus ojos café mostraban un brillo inusual de una profunda tristeza, pero ahora no quedaba ningún rastro.

Sin embargo, la prueba de que todo aquello no era más que una máscara se podía comprobar en sus manos. Temblaban con exageración y podía insinuar que se estaba clavando sus uñas detrás de esos puños. Frustración acumulada por no hacer nada, porque por mucho que quisiera devolverle a esa gente lo que le hacen, no podía.

Pero, ¿por qué no podía? Por el simple hecho de que su cuerpo se congelaba al escuchar esas palabras. Quizá en el fondo, Dazai no era así, sino que en esas situaciones adoptaba una actitud pasiva y sumisa, recibiendo todos los insultos y burlas. Reía por no llorar.

Eso era demasiado humillante.

Chuuya se quedó en silencio mirando al castaño unos segundos a los ojos. Ninguno de los dos decía nada, se observaban sin decir ni una sola palabra. Era como si se estuvieran comunicando con la mirada. El pelirrojo intentaba encontrar algo en los ojos café de Dazai, pero no le transmitían nada. Estaban vacíos.

-Entonces, que te jodan. No volveré a meterme en esto.

Esas fueron las palabras de desprecio que Chuuya le dedicó, volviendo a su asiento. Se estiró en la silla y colocó sus piernas en la mesa, cruzándose de brazos. Pretendiendo que aquel tema le daba absolutamente igual, pero no era realmente así. Odiaba ver como alguien se metía con una persona más débil. Pero él ya tenía muchas preocupaciones como para meterse en otra y más si Dazai aceptaba su destino.

No haría nada por ayudarle.

Lo que no se había fijado es que después de esas palabras que le dijo, los ojos del chico vendado se volvieron cristalinos. Pensó que por fin había aparecido ese alguien que tanto buscó, sólo quería que alguien le tendiera una mano y le dijera: "Todo está bien ahora que estoy aquí. Tranquilo, estaré junto a ti".

《El macarra de Yokohama》Soukoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora