Ahí va el asunto.
¡Ejem!
En serio disfrutaba de mi casa. De lo fácil que era pasear por ella, dentro y fuera. Con sus tonos beige, marrones, verdes, blancos, como lo sería una casa de campo rodeada de la justa tecnología para no estarse sobrecargado.
Había vivido en una, similar a esta, por muchos años; incluso más de lo que la mayoría de mis conocidos pudieran alardear. Ellos pasaron más de su tiempo en internados, en colegios que cumplían casi-casi con el parecer de un internado, o en casas ajenas. Yo no viví aquello; no sé con qué se come. Fui muy feliz en compañía de ella, de sus paredes y sus jardines. Multitud de hectáreas ellas sí que se podían alardear.
Quise decir, en un principio que lo disfrutaba, en tiempo pasado, porque mi madre ha tomado posesión de su lugar y redecorado, deshecho la cocina y vuelto a levantarla, cambiando los colores y lo que me suponía una belleza armoniosa en un chiste de revista de casa para un hombre soltero.
Angustiada por ella, le pedí por segunda vez:
—Mamá, por favor, detente. ¿Quieres ir a citas? ¡Ve y conoce muchos hombres pero no sigas aquí, me desesperas!
Magdalena de Aguilera me ve, como si yo fuese su madre y ella, mi hija. Y es que ese ha sido su modo operandi para, supuestamente, afrontar la muerte de su esposo. Pero no es nada como eso; no Señor. Si quisiera vivir, saldría al mundo exterior, confraternizara con sus amigas, que la echan de menos. Se la pasan diciéndome, preguntándome qué fue de ella. ¡Y no está muerta!
No soy un contestador automático.
—No quiero citas —murmujea. Sí, como una niña.
Resoplo cual yegua.
—¡Yo sí y no puedo tenerlas porque siempre me llamas para preguntarme si la paleta de colores es la correcta! Mamá —me frené, frotando mi cabello desde la cima—. No me molesta venir a verte, pero entiende, ¡estás a diez horas!, ¿no quieres mudarte conmigo o buscar un apartamento, una casa para ti? —Y me permito dulcificar mi tono, por ella.
Como si hablo holandés, responde:
—Nadie va a separarme de esta casa, Presley.
Abrí mis ojos y le gruñí a su intento de madre seria que no le queda bien. La hace ver desaliñada, le quita todo lo señora que es para terminar siendo una jovencita que no sabe qué hacer.
¿Cómo lucho, cómo puedo controlarlo? Es bien sabido que, para una hija y madre como nosotras, el que nos pongamos de acuerdo no ha sido difícil si retomamos las cuentas de mis años de juventud; era muy inquieta para una mujer que le faltaba poco para llegar a la tercera edad y yo tampoco me vi como una muchacha a la que enjaularan. Nos entendemos, o entendíamos.
A ver, eso, ¿qué fue?
—No te comprendo —digo exhausta; colmada de incertidumbres—. No comprendo a las personas que les gusta sufrir. Con lo fácil que es negarse y más si su hija le está diciendo lo que hacen mal.
Parece observarme con vergüenza, pero ya no lo sé. Que no reconozca a mi propia madre debería ser la aliciente para tomar decisiones radicales; no quiero empeorar su luto que no tiene fin. No quiero ser la hija egoísta y ella no debe ser la mamá que se enclaustra en una casa demasiado grande para una persona.
—Te vas conmigo —dije sin opción a réplica. Ella empieza a discutirme pero le sigo hablando como si no la oigo; no lo hago—. Vendré por ti en una semana, dos como mínimo. Venderemos la casa, te guste o no.
—¡No puedes hacerme eso! —grita, con su lindo rostro ya arrugado por los años y por la tristeza surcando en lágrimas. Asentí, sí que puedo—. ¡Dios Santo, Presley, no me separes de mi esposo!
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Si el Pantalón te queda
RomanceSegunda parte de la Trilogía "Si te queda". En el andar de la vida, uno no puede saltarse ciertos eventos. Presley sabe de algunos, pero otros los ignora. Así que en un determinado momento ella tendrá una única alternativa: aprender que la ignoranc...