Capítulo 30

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—¿Por qué es que estoy aquí?

Melina me empujó del brazo para que siguiera caminando ya que estábamos estorbando en las puertas giratorias del centro comercial. Aun así le hice soltarme, recuperando mi brazo y dando media vuelta para estar a la par. A la par a medias. Todos con los que me junto suelen estar casi dos cabezas por encima de mí. Con Melina sucede algo similar como con Monilley. Una cabeza.

—Porque creo en gustos, y el tuyo es mejor que el mío.

Aparte del aprecio perfectamente justo de una de mis virtudes, no respondía a mi cuestión.

—¿Y por qué necesitas mi buen gusto?

Ella no se tragó su suspiro. En mas, lo vertió en mi cara de forma escandalosa y desesperada.

—Para comprar una cosa.

—¿Qué cosa? ¿por qué ser la Señora Ambigüedad? Si no eres clara, sabes que me voy.

—Por amor a mí, Pres. ¡Por amor a mí no preguntes y ven conmigo voluntariamente hasta responder a todo lo que quieras!

Sospechando de futuras trampas, necesité estar segura.

—¿Lo que quiera? —presioné. Lina ya sonreía pues me tiene ganada.

—Lo que quieras, nena.

Con una risa divertida, accedí—. Está bien, nena-nena.

Le tomé de un brazo e iniciamos con las vueltas. Le daba una que otra opción en cualquier aparador, pero sin tener información básica como si estamos comprando un presente para un señor, un niño, un muchacho, o si en realidad pertenece al sexo opuesto, no tengo con qué trabajar. Sin embargo, cumplo con lo que me pide a sabiendas de que cumplirá también con su parte.

Nos detuvimos en una tienda de dulces caseros y orgánicos. Los precios estaban bastante bien; compré un par de tarros de mermelada y al tener mi bolsa de compra, me fijé en que Melina se esfumó.

Debe estar hablando con Michael. Son tan o más empalagosos que mi Fresita y su Leitan. Ugh.

—La interesada y me deja sola —hablé entre dientes. Le di una vista parcial a lo mas cercano, como una tienda de infantes, una zapatería de calzado formal, un puesto de cafés y otro de malteadas. Pero cero Melina Rain.

—¿Acabaste?

Di un salto y por poco, por poquito, tiro mi bolsa de dulce mermelada. En mi vuelta, vino un golpe al abdomen de ella, mientras se ríe. Siempre riéndose de mí, cuando no está muy seria en su trabajo.

—Disculpa —dijo pareciendo la personificación del arrepentimiento, solo que con la sonrisita de estar pasando un buen rato. Que bárbara—, fui a responder una llamada y aproveché de lavar mis manos.

—No interesa. Haberlo dicho antes, Lina.

—Creo que encontré lo que quiero que juzgues.

Quita la bolsa de mi agarre y me insta a caminar adelante de ella, de modo que al llegar a una tienda de antigüedades, me detuviese. Le observé como a un ser enloquecido pero no le importó aquello, empujó la puerta e hizo sonar una campana que avisaba nuestra llegada.

Lo primero que vi fue un barco maravilloso sobre un pedestal de vidrio, rodeado también por él. Alcanzaba a traspasar mi altura y congregar lo que lo rodea, como lo haría un rey con sus súbditos. El que empleó el tiempo en crear algo así, podría conocerse como un diseñador muy meticuloso. El embeleso me consumía y lo poco que conozco de las partes de una nave no eran fáciles de recordar con tanta belleza.

Si el Pantalón te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora