Capítulo 28

255 33 1
                                    

Lo mucho que quería acercarme a las carretillas con dulces era proporcional a lo extralimitado que quiero estar cerca del cabeza de roble de Elias Toredo.

Le pregunté a mi mejor amiga cómo fue que llegué a este punto con uno de sus gemelos, y no tardó en responder que ni siquiera ella, con tanto dolor que cargaba, se pudo resistir a tenerlos en su vida, solo porque ésta necesitaba ser mejor y ellos la hacían mejor. La hicieron una mejor amiga, menos arrogante y más altruista. Y eso no tuvo sentido para mí; para lo que sé que es.

La añoranza hacia una persona que amas pero no puedes ver no importa cuántas millas recorras es como un perfume cuyo olor no tiene fin: estará contigo perenne; nunca va a abandonarte.

Extraño a mi padre.

En él contemplé todo lo que podría desear en un sujeto, un sujeto cualquiera. ¿Planeación? Mi papá era ese estándar. Si había algo más alto, ahí es donde si a caso me plantearía apuntar. Eso, cuando era más joven y daba rienda suelta, una poca, a mi imaginación respecto a los chicos. También supe que ello no vendría solo; estar con alguien requiere aunque sea un poquito de sacrificio.

A nadie le gusta que le digan una cosa así. «¡Sacrificio!». Es una palabra grande y pesada, sobretodo pesada. Sin embargo, nadie se salva de ella, ni el más fiel a él mismo, a sabiendas de que el sacrificio como inmolación de tu ser no es un sacrificio sino un suicidio. El sacrificio que he aprendido, es aquel en que dejas de pensar tanto en ti, para pensar en el otro.

Por eso adoro tanto la soltería.

Por eso adoro tanto estar con Elias.

Es extraño que extrañe ambas ideas y aun así pueda recordar lo que se hace por y para estar con una persona. Es extraño que no sea ni una ni otra. Es extraño que no quiera ser alguna. Es extraño que quiera serlo.

Estos días son extraños.

Como el silencio.

¡Detesto el silencio!

¿Quién le dijo al cabeza de roble que se apartara de mí? Es cierto que con lo molesta que estaba (y estoy. Lo estoy, caramba) no era apta para oírle decirme de nueva cuenta que no se siente en absoluto arrepentido de mandarme una niñera, pero eso no le da el derecho de hacerse mi novio y no llevar el suficiente tiempo juntos como para o despegarme de él o extrañarlo más, si cabe, de lo que lo hago. ¡Es enervante!

Así no puedo saludar y ser profesional. Imposible.

—¿Va a quedarse ahí eternamente?

Vuelvo la cabeza a quien me habla y sonrío, intentando respirar cordialidad y aspirar molestia.

Rápidamente saqué una de mis manos de los bolsillos de mi chaqueta y le tendí una, a la vez que me ponía en pie.

—Soy Presley Aguilera.

La muchacha me miró con una expresión divertida y aceptó mi saludo.

—Cara Andrews. —Me devuelve mi mano y señala el asiento frente al mío. Le aseguro que es suyo y nos acomodamos—. Este sí es un placer.

Esta vez no iba de deporte. Llevaba un pantalón de pinzas blanco y de cintura alta. Bajo su pretina una blusa chocolate y sobre esta un bleiser azul oscuro. No sabía qué calzaba, pero debían ser zapatos bajos. Conserva la estatura con que la conocí.

No tardaron en traernos el menú y como tenía conocimiento de él pedí por ambas; Cara reflejó buen ver en esa decisión y quedamos solas, como pudimos haber estado si no hubiese hecho de este encuentro una ceremonia.

—Asumí que se venías es porque me darías respuestas —dije, sin querer, poder o pensar en irme por la tangente—. Pero si es delicado para ti...

Si el Pantalón te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora