Capítulo 2

485 54 3
                                    

Elias le dice a Monilley, mi Fresita, Reina Mía. He tenido reiteradas oportunidades de arruinarle su apodo frente a Leitan, su futuro esposo, solo por diversión. Porque nada me divierte mas, desde que se mudó a mi ciudad, que incordiar su día así sean unos minutos solamente. Y a su hermano gemelo también, por qué no. Se ven pocos, pero para alguien como yo, suman un montón.

Pero no lo hago..., supongo que por no molestar a Monilley, que puede ser una espinilla si se lo propone.

Les tiene una adoración, un amor empalagoso, y llanamente dejé de interpretarlo, de escribirle debajo subtítulos para entender. Si no es, no es. Y con uno u otro, no se daba. Además la agenda no tiene un lugar de más para comprender lo que no me toca.

Uno en esta vida, tiene su lugar.

O te lo hacen, o te lo haces.

Como mi lugar de madrina. Ese lo ocupé desde que Fresita y yo decidimos que el mundo podía tener a ambas y no es necesario armar una tercera guerra mundial por suficiente espacio. Hay de sobra. Solo que a Monilley le encanta bromear con que sus gemelos serán sus otras madrinas; eso, sobre mis cenizas. Y se lo he hecho saber. No tengo porqué soportar a ninguno, ni a Elias ni a Eliseo; ambos, la misma cosa. Cortados por el mismo cuchillo filoso.

Un día común, donde planeaba llegar a mi hogar, ponerme una mascarilla y comer papas con salsa, vinieron de visita. Porque uno no se aleja del otro; se tomaron literal lo de nacer juntos y la jerga idiota de los gemelos que van a todos lados y no prescinden del otro. Es un tanto extraño, pero me ahorro mis comentarios para mis amigos, que escuchan.

—Monilley no está —les aviso, sin apartar mi vista de mi tablet. Hay un circulo alrededor mío llamado «hora de ser creativos», pero no muchos lo pueden ver.

Elias, de ojos marrones, observa las paredes que pintamos de un amarillo pastel porque yo odio el rosa y Fresita el verde, en cuanto a paredes se refiere. Llegamos a ese punto medio después que Melina acotara que un lugar no necesariamente debe estar pintado cada pared de un mismo color, pero tampoco queríamos un carnaval. Un estudio no es amarillo; los estudios que he visitado tienden a ser neutros o de un blanco total.

—No vinimos por ella —respondió.

Eliseo me mira directamente, como si es él el que tiene el intercambio de palabras escuetas conmigo. Ambos van de deporte, en monos, franelas y zapatos deportivos. Uno con un bandolero y el otro con un termo con un correa que cruza su pecho.

—¿Entonces por mí? —Mi sonrisa me hacia gracia; no la pude evitar por mucho que me esforzara—. No me hagan reír, miren que me falta poco.

—Tenemos que llegar a un acuerdo —interviene Eliseo, cruzando sus morenos brazos—. Monilley se casa en unas semanas, cuando cree que empezaremos a discutir se entristece. No deberíamos ser egoístas.

—Lo siento —levanto mi mano en mi turno para hablar. Cuando creo es, continuo—, no voy a actuar como si me encanta verles. Que por cierto, no me gustan las visitas.

—¿Nos echas? —pregunta Elias, mirándome por fin. Ríe ensordeciendo el acto en un bufido—. Típico de ti.

Hago memoria, pero no.

—No recuerdo haberlos echado de ninguna parte. Si no contamos esta vez —ruedo mis ojos—, claro.

Eliseo niega, en desacuerdo con mi actitud. Bueno, no les pedí que la soportaran. Están invadiendo mi espacio de trabajo por voluntad propia, así que al mal paso, da el siguiente.

No obstante, recuerdo el rostro de Monilley. Todos el mismo, cuando estaba en su peor momento. Y nunca más quiero volver a ver ese rostro triste.

Así que ignoré cada frase hiriente que tan ingeniosamente llegaban a mí; cada insulto; cada modo de echarlos de mi trabajo y, en cambio, le dije:

—¿Qué proponen que hagamos?

Si el Pantalón te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora