Leitan tiene una colección precaria de vinos y se maravilló de que fuese poco entendida en el tema, sabiendo que mi padre fue un coleccionista. De los mejores que él ha oído. No teníamos viñedos, así que no me atreví a embeberme de un detalle que no repercutía en la relación que manejábamos como padre e hija.
Mi padre y yo no compartíamos alguna afición. Nos queríamos con todas nuestras opuestas maneras de entretenernos, de ver un mismo cuadro de distinta forma; con nuestras diferencias de edad, el que le gustasen los vinos no me producía expectativa. Quizá era mi juventud que no hallaba agrado o el que prefería dibujar hasta en las paredes; ir a clases para aprender a hacer planos como el primo tercero Reghinal para acabar dibujando abstracto; no me decidía a qué rumbo ir, pero los vinos no estaban en mis pasatiempos, ni en mis conversaciones con papá.
Pero le presté atención a Leitan y su relato de cómo fue que se inspiró en tenerlos. Monilley trabajaba en la cocina, por gusto. Un gusto que Leitan y yo jamás tendremos.
—Mi abuelo los coleccionaba. Fue herencia para mi padre, pero él no es un aficionado y poco comprende de las sutilezas y los matices de un buen vino. No es que sea mi fuerte —corrige, mas para sí—, pero me defiendo y habría luchado por tenerlos. Ya que no se pudo por esa vía, lo empecé a hacer por mi cuenta. ¿Quieres probar?
Sonreí conocedora de a dónde me quiere dirigir.
—Si tu intención es que pase mis penas y que me vigiles mientras tanto, voy de paso.
—¿He insinuado algo, Preciosa? —pregunta con dulzura, camuflando su curiosidad por mí.
—Si no lo dices con tu boca lo dices con tus hechos. Otro día —prometo.
Leitan se paseó frente a los varios estantes con distintos vinos con aire pensativo, etiquetados con fechas y nombres extraños, tipo «en temporada de caza», «en noches en vela», y temía preguntar, ser demasiado curiosa para mi propio bien. Uno de ellos enmarcaba «los sin fecha», de ellos podía plantear su motivo, como los que no quieres ponerle nombre y arruinar su gusto.
—¿Y Elias?
Fui honesta: no lo sabía.
También fui doblemente honesta: no debiera interesarme, pero lo hace.
—¿Va a durar mucho tiempo su distancia?
—Perdona que te lo diga —hablé, escurriendo el disgusto y cambiándolo por resolución—, pero eres mas fisgón que Mony; simplemente no lo sé.
—Es muy extraño que tú, siendo quien propició esto no sepas lo que sigue.
—¿Tú lo sabrías?
—No estoy en esa situación.
—Pero si lo estuvieras —remarqué, persistente—. Tu esposa se la vive diciendo que nos parecemos, tal vez estés mas apto en entenderlo, porque yo... —abrí mis brazos, dejándolos caer de golpe—, no tengo ni idea.
El cuarto tiene una temperatura atípica. En la ciudad actualmente hace frío y calor a temporadas atemporales. Pero aquí es como un término medio.
Entonces, ¿por qué tengo tanto frío?
—Si fuese mi caso, ya estaría rogando perdón aunque no hubiese hecho nada malo.
La última parte de su frase fue la que caló en mi furia del mediodía. Su inautito modo de decir que está de acuerdo.
—¡Es que tu también crees que estuvo bien ¿eh?! —lo desafié a llevarme la contraria. Leitan, impertérrito, se centró en verme con esos ojos moteados de dorado como si viera llover sobre nosotros sangre y le diese igual—. ¡Pues nooooo, no está bien hacer con los demás lo que te plazca, caray! —grité, sin quererlo del todo. Amasé mi cabello, dándole la espalda y casi chocando con un estante con la etiqueta «en días turbios». Menuda bobería. Necesitaba una de esas botellas.
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Si el Pantalón te queda
RomanceSegunda parte de la Trilogía "Si te queda". En el andar de la vida, uno no puede saltarse ciertos eventos. Presley sabe de algunos, pero otros los ignora. Así que en un determinado momento ella tendrá una única alternativa: aprender que la ignoranc...