Capítulo 23

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Era probable que Monilley la matara.

Solo haberse guardado ser besada por Elias un día antes de su boda... La condenó. Y la llevaría al purgatorio el resto, que era muchísimo. No se percató de las muchas cosas que pueden suceder tan solo de un día para el otro.

En lo fácil que está siendo que cambien sus sentimientos, y lo sensible que es. Lo que empieza a apetecerle y que en esto esté directamente involucrado él. Cómo cambian de rápido sus pretensiones; cómo cambian de dirección esos asquerosos pensamientos y visiones (que aun lo siguen siendo) que siempre se dijo que no repetiría, envalentonada. Y ahora...

Estaba muy feliz, claro, de que regresara su Fresita, radiante de su luna de miel. Sí, muy feliz de verlos a ambos, sus dos amigos, sus casi hermanos, y es plausible que pudo haberse visto más expresiva, más contenta de verles, pero eso de los fingimientos supone mucho esfuerzo y estrés, y Presley ha tenido mucho de ambos las últimas semanas.

No se molestó en pretender haber ayudado en algo en la pequeña reunión de bienvenida a su nuevo hogar. Ya no vivirían juntas y Leitan, como era de esperar, mandó buscar todas sus pertenencias y que le hicieran un vestidor propio. No creía que ninguno fuese a mudarse a los suburbios o a una casa, tomando en cuenta sus empleos y que están acostumbrados a la vida cosmopolita. Quizá, en un futuro; con niños.

Menos se molestó en aguardar el minuto —o minutos— oportunos para decirle a su mejor amiga que era novia de uno de sus gemelos; tampoco a su esposo o su otro gemelo. Le superaba la imaginación; verse a sí misma actuando, alejarse de Elias como es costumbre, pretender que no tolera su presencia y atiborrarse de comida. No. ¿Por qué? Si podía matar tres pájaros de un tiro, y comer, también.

Se encontraba empeñada en alejarse de una sola persona: José Ángel.

Y la mesa de dulces que creó Dorian la saludaba, encantada con ella. El muchacho que servía no preguntaba; ya no. Si los nervios no se irían con alcohol —porque no iba a pasar por el último episodio. No señor—, lo haría con dulces.

Ojalá su madre estuviese allí. Y aunque en el asilo se puede salir con libertad, notaba que Magdalena vivía mejor en ese sitio, que con ella. No podía entristecerla. La extrañaba. Ha llegado la hora en que se diera de bruces con la realidad: siempre va a extrañarla.

El dulce cubierto de crema pastelera, dulce de leche y pasta fina era la gloria. Capas y capas de ello iban directo a su boca, en porciones pequeñas. Melina hizo esto, alegre por el reencuentro con los recién casados, y ella tuvo su paréntesis con ellos, para festejarlo en abrazos y besos. Ahora no tenía mucho que hacer, salvo comer.

Entonces, ¿de esto es de lo que se trata casarse? Se preguntó, poco curiosa.

Y en el proceso de abrir su boca para engullir el dulce, sintió que rodeaban su cintura y por poco se cae todo, echándose a perder, con su brinco. No fue difícil saber quién era, pero la sorpresa la tomó, así mismo, por sorpresa.

—Hola, bellísima.

Fue como si le dieran la mala noticia de acabarse su labial favorito y recibir otra de que llegará la siguiente tanda mañana. Elias se movió al frente, divertido con su cara aun leyendo señales de sismos, sosteniendo un plato pequeño y la mano restante con crema marrón. Le sonrió sátiro, cruzando un brazo y frotándose la barbilla.

—¿Y bien?

Empezó a balbucir—. Por poco tiro todo...

—¿Qué? —preguntó a propósito. Claro que la oyó. Ella lo sabe.

—Que por poco me haces tirar todo —subió solo un poco su voz y giró a los lados, buscando una servilleta.

Él, contento y agradecido de verla sola, dijo cual comentario desenfadado.

Si el Pantalón te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora