Capítulo 27

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Nunca habría soñado con poder tener este estilo a mi alcance. Me veía a mi misma como una diseñadora de vestidos de gala; los he visualizado en montones de siluetas distintas, queriendo sacarle partido, no solo a una muchacha tan delgada y alta como Monilley, sino a las que tienen curvas exuberantes como Melina, las delgadas al punto en que parecen raquíticas, como lo fue alguna vez mi madre, o de buen volumen y baja estatura, como yo. Siempre se puede hacer algo con el tono adecuado, la tela adecuada y los cortes y costuras correctos. Siempre hay maneras de embellecer a una mujer.

Pero mi cabeza hilaba cientos de ideas, repetidas, constantes una y otra vez y no iba a ser capaz de ignorarlas hasta que las plasmara en un boceto. Imaginar, es parte de mí, cada día. No soy una maniática, y sin embargo hubo un tiempo en que no lograba, cualquiera, seguirme el paso. Hasta mi Fresita. Ella será, por la eternidad, la mitad de mí que me hacia falta. Y me gusta la ropa que usas para caminar a un café; la que pretendes que combine en un día de campo y luego a un día de trabajo; el de oficinista con el de una noche con amigos bebiendo u oyendo buena música. Se trata de versatilidad y no perder ni el estilo ni el sentido del dónde te encuentres.

Un capricho, quizá.

Como lo es tratar con lo que siento y lo que quiero hacer. Siento que no tiene ningún sentido, ninguna razón de ser el encontrarme tan triste. Y no hago nada por remediarlo, solo me quedo, observo, y sigo muy triste.

Pero no es como si las noticias ayudaran de algo. Todo lo contrario. Habrá un juicio. Un juicio donde Elias y Eliseo están siendo damandados por injuriar a una persona como Emule Vindelmar. Se llevará a cabo en unas semanas y, eso no es lo peor, lo peor es que este Emule nos ha pedido que Monilley lo vista. Mi fresita ni siquiera diseñar ropa para caballeros...

Le he repetido hasta la saciedad que se niegue, pero es tan... fresa; tan niña bien, que no siente que sea correcto decir que no cuando obviamente quieres decir no, y estás en todo el derecho de hacerlo. Es tu trabajo, caramba.

—¿Está bien que nos neguemos? —me pregunta ella por sexta vez.

Si no fuera porque tenemos trabajo pendiente, lo habría alejado para hablar como es debido de lo que me parece correcto y lo que no me parece correcto. Pero mi temperamento al estar en este estado emocional es poco frecuente. Temo lo que soy capaz de hacer sin medir consecuencias.

—Ya hemos tenido esta conversación —le digo en voz monótona.

—¿Sí? ¿Cuándo?

—Cuando te dije que no debería importarte lo que piensen u opinen de tu boda. Va también para la vida.

—Para ti es fácil...

—No —la intterrumpo, afanosa—. No, es, fácil.

La oigo quejarse, pero no tengo tanta curiosidad como para apartar mis ojos de la página de muestra que aún no decidimos colocar como primera imagen de nuestra página web. Tuve una antes de emprender este nuevo negocio, y pensaba que a este le hacía falta colorido. Y le sigue faltando.

—No deseo hacernos mas enemigos —musita ella, regresando al tema.

—¿Cómo se es mas enemigo de quien ya lo es? —digo, sin mover la vista de la pantalla.

—A ese hombre no le importa habernos quitado el lugar, y eso fue hace mucho tiempo. Yo casi no lo recuerdo.

—Ah pero yo que lo recuerdo.

Recordaba perfectamente las humillaciones que nos hizo pasar el tal gerente del hotel por medio de mí. Lo mucho que descalificó nuestro trabajo y lo nuevas que éramos. La facilidad con la que pude solucionar el asunto y necesité de cada fuerza dentro de mí para no abusar del poder, de un poder del que jamás he maniobrado antes, solo porque se lo mereciera. Porque nosotras merecíamos respeto.

Si el Pantalón te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora