II. Noviembre congelado

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Las líneas de escarcha, que cubren el ventanal que tengo enfrente, toman formas intrigantes. Fuera nieva con mucha intensidad. Este temporal me recuerda a mi infancia. La reminiscencia de aquellos años se ha vuelto tan amarga y adictiva como el café.

A mi padre le encantaba la nieve. Una vez me hizo un trineo con planchas de madera, para que pudiese deslizarme por la colina que había tras nuestra casa.

La única posibilidad que tengo de volver a verlos es si muero. Y, si muero, el mundo se librará de una heredera de los Elementos que no es capaz de protegerlo, de cumplir su misión. Serían dos pájaros de un tiro, todos contentos. La cortina que decora la ventana tiene un largo y grueso cordón blanco, parece resistente, ¿qué pasaría si...?

―Lily, te traigo agua ―Edric interrumpe mis oscuras ilusiones.

Me ofrece el vaso desde detrás del sofá, lo agarro y doy un ridículo sorbito. Hasta el agua me sabe mal.

―Poco a poco ―me anima ―. He creado un plan maestro, ni la más tenebrosa de las depresiones podría resistir contra mis ideas.

―No me fío de ningún plan trazado por un hombre ―respondo, apretando el vaso entre mis manos.

Él se inclina sobre el respaldo del sofá ―Yo no soy un hombre, soy el mismísimo viento ―ríe antes de hacer que una ligera ráfaga de aire se cuele entre los mechones de mi despeinado pelo.

Rodea el sofá hasta quedar justo delante de mí, mostrándome sus manos. Aparto la mirada, pero eso sólo consigue que insista, acercándolas más.

―No seas cabezona, ya has accedido, en la letra pequeña ponía que cualquier intento por resistirse al plan conllevará a que me ponga tan triste, pero tan, tan triste que-

―Vale, vale ―cedo, prestándole mis manos.

Él sonríe, entrelazando sus dedos con los míos.

―Fase uno del plan: baño.

Alzo una ceja. ― ¿Baño?

―Llevas semanas sin pisar la ducha, te vendrá bien ―explica, mientras caminamos por el pasillo.

―Estoy hecha polvo, Edric.

―No vas a tener que hacer nada, ya está el agua caliente preparada, tienes ropa y toallas dentro ―Abre la puerta, dejando que el vapor salga de la habitación ―. Ava pensó en ti y quiso dejarte algunos jabones y cosas de esas que ella fabrica.

― ¿Estás seguro...? ―dudo, aún sin poner un pie en el baño.

―Lo estoy ―asegura, metiéndose las manos en los bolsillos ―. Bueno, entra, yo me quedaré aquí fuera.

Suspiro antes de pasar a la caldeada habitación. Tanto las baldosas azules del suelo, como el alicatado de la pared están impregnados de vapor. Me acerco a la bañera ovalada, está rodeada de botes de cristal con diferentes etiquetas. A Ava le encanta hacer sus propias esencias, jabones y perfumes, es como una especie de alquimista.

Yo he consentido esto, así que ahora debo hacerle caso a Edric. No voy a darle más vueltas, no tiene sentido. Me desvisto y hundo mi cuerpo en el agua, haciendo que se derrame de la bañera y empape el suelo. Mis huesos congelados se estremecen al sentir el contacto con el calor. Vierto el jabón de uno de los botes de Ava, creando mucha espuma cuyo olor recuerda a la lavanda.

Apoyo mi cabeza contra el borde y miro al techo. Una lámpara cuelga por encima de mí. Cada centímetro de mi cuerpo se siente como si estuviese hecho un nudo. Centro mi atención en el enorme ventanal que tengo al lado. Sigue nevando sin parar. ¿En qué mes estamos? He perdido la noción del tiempo. Edric dice que han pasado dos años desde... aquel día. Sin embargo, las agujas del reloj no se han movido para mí. Aún me siento como si estuviese de rodillas en aquel suelo ajedrezado. Como si la lluvia siguiese impactando contra mi cuerpo mientras mi vida se resquebraja. Sigo viéndole alejarse de mí, sin temor ni consecuencias.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora