XXII. El cuento de Aleth

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Aprieto el grueso libro contra mi pecho, sopesando las posibilidades que oculta, preguntándome cómo se supone que vamos a averiguar qué esconde el contenido de este libro, si me han arrebatado los poderes que me permite entender el idioma de las Sombras. Está claro que él no quiere que descubra los misterios escritos en estas páginas. Me encuentro más confusa que nunca, ¿por qué ha venido a ayudarme? ¿Por qué me ha pedido que le mate en cuanto tenga la oportunidad? La respuesta más lógica que consigo encontrar es que está jugando conmigo. Es físicamente imposible que existan dos versiones de una misma persona, por mucho que mi estúpido corazón desee que el hombre del que me enamoré sea más que una ilusión. Debo admitir que durante unos minutos caí en su engaño... Y aún me cuesta entender cómo alguien puede fingir tan bien, hasta el punto de parecer un hombre completamente diferente. No quiero pasar el resto de mis días echando de menos a alguien que nunca ha existido. Debo concentrarme en recuperar a mis amigos lo antes posible, con o sin poderes. Y, hablando de amigos, tener a Ezra con nosotros es bastante agridulce. Es como si Edric estuviese aquí... pero no lo está. Siento como si llevase años sin verle. No dejo de dudar, ¿están bien? ¿tendrán frío o hambre? ¿estarán heridos...? Mi cuerpo tiembla al pensarlo, si tienen un sólo rasguño Caleb me las pagará muy caro.

Al mirar por el rabillo del ojo, noto que Skylar está ensimismado mientras camina cabizbajo, pateando la nieve que se cruza en su camino, y con varios copos de nieve decorando su oscuro cabello.

―Vas a chocar contra un árbol como sigas mirando al suelo ―le digo.

Él levanta la cabeza con mucha rapidez, haciendo evidente a su embelesamiento. Sin embargo, y a pesar del gesto, no recibo ninguna respuesta por su parte. Algo no va bien, conociendo a Skylar es posible que se haya hecho daño, y lo esté ocultando.

―¿Te encuentras bien?

―Sí ―responde seco, sin mirarme.

Me acerco a él e insisto:

―¿Seguro?

―Ya te he dicho que sí, no seas pesada.

Parpadeo incrédula.

―Estás más borde de lo normal.

―Porque tú estás más insoportable de lo normal ―se defiende, aún sin devolverme la mirada.

Frunzo el ceño, alejándome de él.

―Sólo preguntaba porque estoy preocupada por ti ―Por primera vez, sus ojos se encuentran con los míos ―, ya te dejo en paz.

De repente, noto a su mano agarrar mi muñeca.

―Espera, Lilith, yo...

―C-Chicos... ―interrumpe Elsie.

Cuando desvío mi mirada hacia donde está, la encuentro sosteniendo a su perro entre sus brazos, aterrorizada. Ella me mira, y señala con la cabeza al frente.

Ante nosotros se desvela una aldea abandonada. La nieve cubre los techos de las casitas de piedra, y aún se puede ver las manchas de sangre seca en sus fachadas y en el suelo. Esta aldea es gris y, a pesar de que sus casas y comercios están vacíos, el silencio que provoca la muerte llena sus angostas callejuelas.

―¿Qué ha pasado aquí? ―pregunta Ezra, dando un paso hacia atrás ―. ¿Hemos llegado a Egia?

―Estamos en Aleth ―respondo ―, una aldea maldita que se encuentra entre Lia y Egia.

―¿M-Maldita? ―titubea el peliblanco ―. Estás de broma, ¿verdad?

Niego con la cabeza, los ojos violeta del príncipe reflejan el malestar que siente.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora