XVII. Iver

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Las lámparas de gas que cuelgan sobre mi cabeza apenas alcanzan a iluminar el resto de la estancia. ¿Qué hago aquí? ¿Qué es este lugar? Parece un antiguo bar. Tras la estantería llena de botellas que tengo justo enfrente, hay un espejo en el que yo debería estar reflejada, sin embargo, no me veo en él. Estoy completamente sola. ¿Cómo he llegado aquí? Lo último que recuerdo es desmayarme en el bosque.

Entre mis manos, un vaso lleno de líquido ambarino y hielo. En el ambiente, sólo el sonido de las aspas del ventilador que pende del techo, mientras giran lentamente. Acerco el vaso a mi nariz, olisqueando el amargo aroma a whisky, arrugando mi nariz al percibir el olor, y volviendo a dejar el vaso sobre la barra.

―Veo que aún sigues odiando el whisky.

Esa voz... Tiendo mi mirada hacia la derecha y, en los escalones que dan entrada al bar, se encuentra él. De pie, con las manos en los bolsillos de su oscuro pantalón, y un largo abrigo negro colgando de sus hombros.

Mis entrañas se retuercen en mi interior una vez mis ojos se encuentran con los suyos, su gris no ha perdido ningún matiz. Puede que no sepa dónde estoy, pero lo que sí sé es que no quiero estar aquí.

Me levanto, con la mirada desviada hacia la izquierda, evitando su presencia tanto como puedo. Al pasar a su lado, mi corazón se detiene, al igual que mi respiración, aunque logro girar el pomo dorado y abrir la puerta. La sorpresa me la llevo cuando, al mirar al exterior, vuelvo a entrar al bar. La única diferencia es que, esta vez, él está sentado en la barra, balanceando ligeramente el vaso entre sus dedos, haciendo que el hielo choque contra los bordes del cristal.

―¿Te has dado cuenta ya? ―pregunta, sin levantar la mirada del vaso.

Me giro, vuelvo a abrir la puerta, y me encuentro la misma escena... No existe el exterior, no importa cuántas veces abra y cierre la puerta, él va a seguir ahí sentado, y yo no voy a poder escapar.

―¿Qué significa todo esto? ―interrogo, cruzada de brazos, sin moveme de los escalones.

―Estás soñando.

Bueno, si es un sueño, estaré segura, y podré despertar cuando quiera. Es más, él no debe ser más que una molesta ilusión.

Él ríe por la nariz y me mira. ―Que sea un sueño no quiere decir que yo no sea real.

Mis pupilas se contraen, y todo mi cuerpo se tensa, ¿es esto otra trampa? ¿Cómo ha sabido lo que estaba pensando?

―Sé lo que piensas porque, como he dicho, estás soñando. Para llegar aquí me he tenido que colar en tu mente, no ha sido difícil, parece que sigo estando muy presente en ti.

Aprieto los puños y la mandíbula.

―¿Desde cuándo tienes esa clase de poderes? ¿Cómo los has obtenido?

―No estoy aquí para hablar de mí, ya tendremos tiempo para eso―responde, tras dar un trago a su bebida ―. Hay algo que debes saber.

―No me relaciono con mentirosos.

―Actúas como si tú no lo fueses.

Esas palabras, dichas con tanta indiferencia, son como balas que agujerean mi cuerpo.

―Libera a los herederos, o sentirás haberme conocido ―amenazo, de brazos cruzados.

Descansa su mejilla en su puño y me mira, divertido. Su sonrisa socarrona me saca de mis casillas.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora