» Capítulo 19

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Había llorado, oh, vaya que había llorado.

Incluso más de lo que alguna vez lloró con otra persona, pero no precisamente de las típicas lágrimas que se deslizan en su mejilla hasta caer en la tela de su camisa, era algo más profundo. Algo que le repetía en la cabeza una y otra vez que de ahora en adelante ya nada tendría sentido. No el que ella se enamorara, ni el que él le dijera te amo.

Una pequeña ilusión que se encontraba en el medio de su pecho iluminaba tan fuerte como símbolo de una mínima esperanza de que Castiel volviera. De que su tierno rostro aparecería de la nada diciéndole que todo estaría bien, que se arrepintió y que volvería con ella siguiéndola a cualquier parte que quisieran. Enseñándole las pequeñas cosas que él no comprendía, tal como un niño pequeño.

«Castiel me conocía mucho mejor de lo que alguna vez yo podré».

— ¿Segura de que no quieres quedarte otros días más?. Quería hacer muchas cosas, ir de picnic o algo así — oyó la voz de su padre desde la otra línea, sólo que no estaba escuchando del todo. Sumida en un divage de pensamientos tortuosos, Carl soltó un suspiro —. Lamento lo que pasó con tu novio. Es triste que terminaran de la noche a la mañana, ¿Segura de que nada más pasó ahí?.

— No papá, ya te dije que discutimos y nos dimos... Un tiempo — soltó más tosca de lo que debería, el dolor de cabeza estaba aumentando en ella y soltó un bufido —. No quiero hablar de eso, ¿Sí?.

— Está bien, pero, cariño. Tienes que recordar que hay personas que simplemente no están destinadas para nosotros.

— Ajá — llevó una mano a su frente, masajeando ésta. Apretó sus labios, para no romper a llorar debido a las palabras tan exactas de su padre. Alzó la mirada, dándose cuenta de que él autobús a Cold Hill estaba a punto de llegar —. Y-Yo tengo que irme, te amo.

No esperó respuesta y colgó. Sostuvo su bolso en su hombro y con la vista fija en el suelo pensó en demasiadas cosas a la vez. ¿Tendría que pretender que todo andaba bien?, ¿Que nunca lo conoció y volver a aquella aburrida vida?. Si quiera, al momento de irse, ¿Castiel pensó en ella?. Quiso creer que sí, que justo en el último momento el nombre Daella pasó por su tren de pensamientos y puede que haya sonreído.

Con frío, se abrazó así misma y dejando salir una pequeña lágrima traicionera miró al frente. Topándose con varias almas en pena, con sus rostros pálidos y prendas blancas. En aquella parada de autobús se encontraban muchas, quizás por tantos accidentes que ocurrían a diario. Luego de que, dos días antes de la partida de él, sus dotes volvieran. Por suerte, ningún alma se le había acercado para pedir ayuda.

Porque en realidad ya no quería ayudar a nadie.

Tenía su peluca blanca puesta pero a diferencia de otras veces cargaba sus lentes. Los que a Castiel tanto les gustaba, y sonrió con melancolía al recordar ese día en que él sacó a la luz la verdadera Daella que aún se escondía y que ya no ocultaría más. El cielo estaba nublado, dando eso un clima perfecto que contrastara con su tristeza.

Un viento sopló, haciéndola tambalear. Un viento extrañamente fuerte y ruidoso, tanto, que no le pareció normal. Y sin querer miró hacia la calle que estaba al frente de ella y lo vió. Su piel se erizó, su corazón dejó de latir e incluso olvidó cómo respirar. Teniendo sólo con ella preocupación e incertidumbre ante lo que veía.

Ese humo negro de nuevo, con quién había soñado noches atrás.

Algo en ella hizo clic, como si todo tuviese sentido de un momento a otro. No obstante, no se encontraba claro del todo. Tal y como un robot, dejó su bolso en la fila en dónde se encontraba para abordar el bus y caminó con pasos lentos y curiosos hasta la acera de la calle, justo en el medio de la misma, estaba flotando ese humo negro. Parecido al que botan los autos cuando algo fallaba en ellos.

Miró a los lados, procurando que ningún auto viniera, y cruzó la calle quedando cegada por la manera tan espectacular con la que ese humo danzaba en movimientos relajantes a cada ráfaga casi invisible del viento. Los ojos cafés de Daella, extrañamente brillaron y no por los rayos del sol, sino porque, dentro del humo negro comenzó a nacer un destello de luz dorada. Una luz que hizo que su corazón latiera a mil por hora y quiso llevar su mano hasta aquel lugar.

Hasta que de ahí, apareció un rostro.

Era muy hermoso, con piel lisa y pálida, con ojos azules que resaltaban con su cabello claro y una extraña pero pequeña sonrisa en su rostro. Tenía un aire de misterio y curiosidad que le fueron abrumadoras de momento. Y eso le hizo pensar que quizás al frente de ella tenía a otro Ángel. Pero uno más... Frío. Se quedó estática, sin saber si tenía que correr o permanecer ahí. Poco a poco, aquel humo negro fue desapareciendo hasta formar el cuerpo completo de aquel joven. Quien estuvo al frente de ella, mirándola con algo de admiración.

Alzó su pálida mano hacia ella y Daella no pudo moverse, algo se lo impedía. El chico, que era alto pero no más alto que Castiel, se acercó a ella hasta ahuecar la mejilla de la chica en su palma. Sonriendo al sentir su tacto cerca, muy contrario a Daella quien de pronto se encontró aterrada por aquel ser.

Sí, era él... La persona que la había estado siguiendo desde hace un tiempo. Miró sucesivamente sus ojos, buscando alguna explicación de por qué la miraba de esa manera y por qué la seguía. ¿Quién era?, ¿Qué quería?.

Castiel corrió a pasos rápido, el aire apenas llegaba a sus pulmones de lo acelerado que respiraba pero no le importó sentirse ahogado. No desde que vio de lejos como Daella cruzaba la calle hasta quedarse en medio de esta misma. Sin importarle, empujó a algunas personas que estaban en la fila y casi resbaló por lo mojado que estaba el suelo. Sus labios temblaban pero mucho más aterrado estaba su ser.

Él lo sabía, sabía lo que estaba a punto de ocurrir.

Se detuvo en seco cuando llegó a la acerca de la calle. Tuvi ganas de gritar, de llorar como un niño pequeño pero sobretodo hacerle saber a ella que sí volvió. Que renunció al cielo sólo para estar con ella. Pero al ver ese rostro tan familiar acariciar la mejilla de Daella, llevó sus manos a su cabello y lo jaló hacia atrás con desesperación.

No supo qué hacer.

— ¡Arael!. ¡No te la lleves, por favor! — gritó. Llamando la atención del Ángel al frente de la chica, tuvo la esperanza de que ella lo hubiese escuchado. Pero la morena seguía en un tipo de trance observando el rostro del chico frente a ella. Castiel los miró desde lejos y colocando un pie fuera de la acera gritó con todas sus fuerzas.

— ¡DAELLA!.

Y justo cuando iba a correr hacia ella, dispuesto a tomarla en brazos y evitar que una tragedia sucediera, un camión venía manejando hacia ellos. El chófer tocó la corneta, procurando que la chica que estaba en el medio de la calle se quitara. Pero no ocurrió así. Y, cuando Arael miró a Castiel por encima del hombro de Daella, se lo dijo con la mirada.

El muchacho apenas y tuvo tiempo de parpadear en un estado de shock, se había congelado y su cuerpo se tensó. En su mente, hizo un pequeño viaje que le robó el aliento, recordando las palabras que alguna vez el frío Ángel de la muerte le dijo en aquel hotel:

“— Porque ella — la señaló con la cabeza —, ya tiene dueño. Y ten por seguro de que no eres tú”.

Al escuchar el grito que una voz muy conocida llegó a sus oídos como si estuviese muy lejos, Daella volteó lentamente estando inocente de lo que ocurría a su alrededor ni tampoco oyendo a las personas que gritaban para que corriera; pero no alcanzó a ver mucho. Porque la mano de Arael fue hacia su nuca con rapidez e hizo que ella escondiera su rostro en el pecho de él. Impidiéndole ver lo que estaba a punto de pasar. Arael la abrazó y la apretó.

El camión.














Ángel©[Bill Skarsgård]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora