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Leah tembló mientras entraba a la habitación. Cinco de las chicas estaban allí, incluida Bea. Tommy estaba de pie junto a la puerta, de espaldas a la pared para que tuvieran su privacidad. Bea se puso de pie cuando vio la expresión de conflicto en su rostro.
—¿Qué está pasando?—exigió saber.
Leah todavía estaba llorando. Estaba encaramada en el precipicio de su vida. Podría quedarse allí como una prostituta con un futuro cuestionable o ver si podía encontrar lo que Jonah esperaba de ella.
—Me voy.
Su voz era ronca cuando se inclinó para recuperar su abrigo y su bolso. Los ojos de Bea se dirigieron rápidamente a la puerta. El hombro de Tommy era visible, el pasillo brumoso por su cigarrillo. Un destello de ira cruzó sus rasgos y salió furiosa para enfrentarse al hombre.
—¿Quién diablos te crees que eres?
La mujer chasqueó y le dio un golpe en el pecho con dos dedos. Tommy se dio cuenta de que ella era protectora con Leah. Y recordaba haberse acostado con ella meses antes, pero probablemente estaba borracho y recordaba muy poco.
—Ella es libre de tomar sus propias decisiones.
Respondió con calma. Estaba acostumbrado a ser el receptor de la ira y la histeria.
Los ojos de Bea se entrecerraron.
—Malditos Shelby son demonios—escupió.
Leah se apresuró a difundir otro argumento. Tiró del brazo de su amiga.
—Él no me obliga a hacer nada, ya he tomado una decisión.
Pero Bea no lo estaba permitiendo.
—Estás pasando al siguiente, ¿eh?
Ella lo empujó. El hombre suspiró y tomó el abuso.
—Tu esposa fue asesinada por tu culpa y ahora quieres tener otra víctima en tus brazos. Simplemente no te importa, ¿verdad? Siempre y cuando sean bonitas, ¿eh? Malditos monstruos, tú y tu parentesco.
—¡Deténgase, por favor!
Leah suplicó. No quería que Bea tuviera que lidiar de repente con los Peaky Blinders.
—Jonah no quería que yo hiciera esto.
Trató de desviar su atención de Tommy.
—Quería algo mejor para mí.
Se volvió hacia ella, ojos verdes llenos de ansiedad.
—¿No crees que soy mejor para ti y todas las otras chicas?
Se podían escuchar sonidos apagados de sexo en el pasillo de ellos.
—Quiero verte prosperar, Leah. Pero ese hombre de ahí hará que te maten.
