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Leah se puso el mismo vestido azul que había usado la noche anterior. Salió de la habitación de Tommy y descubrió que el segundo piso estaba en silencio. Sin embargo, podía escuchar actividad proveniente de la planta baja. Los hombres hablaban y pronunciaban palabras que ella no podía entender. Lizzie estaba en el salón y escuchó a Leah bajar las escaleras. En el segundo que vio a la mujer desconocida, Lizzie pudo adivinar por qué Tommy gravitó en su camino. Tenía el mismo cabello rubio dorado que tenía su difunta esposa.
—Lo siento, estaba buscando a Tommy—explicó Leah.
—¿Eres la chica con la que estuvo anoche?
Su asistente no le dio una respuesta y tomó un sorbo del té que ella había preparado.
—Sí, soy Leah.
No estaba segura de quién era. Pero era obvio que la mujer tenía un problema con ella a pesar de no haberla conocido antes.
—¿Dónde trabajas?
—La tienda de ropa unas calles más allá.
Leah se sintió incómoda bajo la dura mirada de Lizzie. Le recordó cómo Teresa solía mirarla con furia si un cliente elegía a Leah sobre ella. Ira, celos y una pizca de amenazas.
—¿Y antes de eso?
Lizzie enarcó una ceja.
Tommy no se limitó a deambular por las tiendas de ropa y a barrer a la dependienta. Se dio cuenta de que Leah era nueva en Birmingham. Tommy la había encontrado en otro lugar y Lizzie tenía una sospecha furtiva de dónde. Leah no apartó la mirada.
—Si tan solo le dijeras que lo pasé muy bien y que no puedo esperar a verlo de nuevo. Te lo agradecería.
Se puso el abrigo para irse. No tenía sentido divulgar su pasado a una mujer que acababa de conocer y que estaba siendo tan distante.
—Sería prudente salir mientras puedas—advirtió Lizzie antes de llegar a la puerta—. No es un hombre con el que quieras involucrarte. Tienes que saber que es peligroso y supongo que no te importa.
Dejó su taza de té y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Pero te romperá el corazón y te dejará por algo mejor cuando se presente. Está inquieto y nunca está contento con lo que tiene. Podría tener el mundo en la palma de su mano y todavía querría más.
Leah tragó saliva bajo su mirada fría.
Las palabras eran inquietantes y la hicieron adivinar ella misma. No hubo nada que pudiera responder, así que se fue de la casa sin decir una palabra. Metió las manos en los bolsillos y se preparó para el frío del otoño. Se preguntó si debería llorar o no. En esos días, ya no estaba segura de qué camino estaba subiendo.
El mundo giró a su alrededor y ella simplemente se quedó allí. Se había sentido entumecida, prácticamente un fantasma vagando por el mundo durante años. La gente caminaba a través de ella sin preocuparse en el mundo. No parecía que le quedara ninguna sustancia. Solía estar tan segura de quién era.
