UNO

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Desde mi posición tenía una buena vista del espécimen que era el bartender y por el que me jugaría la noche

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Desde mi posición tenía una buena vista del espécimen que era el bartender y por el que me jugaría la noche. Claramente, la sensación de mareo y mi imborrable sonrisa son la prueba irrefutable de mi embriaguez; de qué otra manera haría lo que estaba a punto de hacer. Me levanté de la silla donde descansaba de tanto bailar, según recuerdo haberles dicho a mis dos amigos que me a acompañaban, ¿O eran tres? En fin, no estaba solo en esto, y si tenía suerte, tampoco lo estaría al irme a la cama.

Me sacudí un poco a los lados cuando me levanté, las luces titilaron sobre mis anteojos y me cegaron por un segundo. Conseguí llegar a la barra fácilmente, aunque el club estaba a reventar, la zona vip se mantenía ligera. Conocía al dueño del club, mi padre mantenía negocios con él.

Mientras me deslicé por la pista, entre la gente sofocada por el ritmo y extasiada por el alcohol, me aseguré de mi andar seguro y elegante. Mantuve la sonrisa y me incliné sobre la barra de manera sugestiva. Lo miré trabajar en las bebidas y la forma en la que batía el licor, haciendo marcar sus brazos de tal forma que yo solo podía imaginármelos aferrándose a mi.

Era un tipazo, un hombre, un semental que jamás había deseado tanto como esa noche. Podía llegar fácilmente a los dos metros, sin embargo, creo que medía poco menos. Su piel era tostada como un buen bronceado en las islas del mar caribe y sus ojos, tan intrincados en colores como el verde, amarillo, incluso algo de motas grises.

No, por supuesto que  no lo acabo de ver, llevo haciendolo la última semana, salvo que este día es diferente, está noche es mi cumpleaños y me he emborrachado.

Para cuando logro salir de su encanto, solo un poco, llamo su atención:

—¡Oye, bombón!—grité por encima de la música. Él miró en mi dirección y, diablos si no era potente aquel alcohol, comencé a salivar. Cuando se acercó, mantenía su ceño fruncido y la mandíbula tensa. Para mí solo se veía más caliente.  Cerré los ojos y aspiré aquella colonia que expedía, soy muy exigente con las fragancias, pero esa particularmente, me mató.

—Te he preguntado que ¿qué quieres de beber?—Su tono era de fastidio y cansancio. Una voz grave que definitivamente iba con su cuerpo.

—Quiero alguien fuerte—Sonreí inocente. —Quiero decir, algo fuerte, quiero algo fuerte. ¿Qué me recomiendas?

—Un coñazo.

—¿Cómo?—La música estaba dejandome sordo, porque no le escuché bien.

—Un porteñazo. Especialidad de la casa.

—Confío en ti—sonreí—, que sea un porteñazo.

Me dió la espalda y se puso a prepararlo. Yo solo podía verlo y pensar en que necesitaba tener sexo o mi amigo de los bajos mundos acabaria avergonzándome.

—¿Por qué nos abandonas?—Unos brazos delgados me rodearon el cuello y el olor a tabaco picó en mi nariz. Supe que era Leo.

—Yo también lo haría sólo por admirar ese trozo de carne de ahí—Esta vez fue el amigo de mi amigo. Ángel. Los tres, Ángel, Leo y yo, miramos en dirección del bartender. Él uniforme  de camisa manga corta negra y jean del mismo color se le ajustaba de una manera envidiable. La pajarita blanca era la guinda del pastel. Uno que deseé probar.

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