Shoyo se despierta antes de que el gallo de la vecina suelte el primer canto de la mañana. Con el cansancio equivalente a jugar cinco partidos seguidos sin descanso alguno. A pesar de ser fin de semana no siente que haya dormido y descansado lo que debería. ¿Quién es el culpable aquí? Su tonto entrenador.
El tonto entrenador del que está tontamente enamorado.
Le ha prohibido ir a su casa, ya sea para comer o visitarlo. Ni siquiera puede estar cerca en un radio de diez metros. Ah, pero eso no ha sido todo, nada de quedarse solos fuera de horarios de clase; tampoco mensajes de texto fuera de cosas para el club. Debería sentirse triste, devastado y a punto de morir como lo había pensando que sucedería, pero no, en vez de ello se siente molesto. Muy molesto. Porque Kageyama dice que lo está protegiendo, como si fuera un pequeño mocoso, Shoyo quiere saber de qué lo está protegiendo, porque él no puede divisar el peligro. La cárcel, bien, ese es un detalle casi insignificante. Si se gustan sólo hay que ser discretos y listo, asunto arreglado.
Lo cierto es que quiera o no, su entrenador le rompió el corazón.
El sonido de la puerta interrumpe sus planes de quedarse en cama hasta el mediodía ó, si fuera posible, hasta su siguiente vida. Con pesadez se levanta, ni siquiera se molesta en cambiar la pijama por ropa un poco más decente.
Al abrir la puerta escucha encuentra la cara sonriente y nerviosa de Kogi.
—Hola ¿Pasa algo?—pregunta al verlo ahí, temprano y con el gesto asustado.
Su amigo levanta la mano y le enseña el rostro molestísimo de una bella mujer que conoce más que bien. Su madre.
—¡Hinata Shoyo!—lo reprende con mucha bravura.
A Hinata se le enchinan sus bellos ante el alarido de animal herido y enojado. Ya no recordaba la última vez que la había mirado tan enojada, ni siquiera la vez que se puso a corretear en la tumba se su difunta abuela. Ni siquiera cuando sacaba todas esas malas notas, no se imaginaba que pudiera alterarla tanto. Estaba roja, como un tomate.
La voz es tan chillona y alta de ella hace que las personas que van pasando por ahí desvíen sus ojos para mirar un poco la escena. Kogi no se atemoriza, sabe que la bronca es para su amigo y sólo deja la mano bien en alto para que hijo y madre puedan verse el uno al otro sin problema.
—Hola ¿Cómo va todo por allá?—intenta no verse intimidado, es decir, ella está tras una pantalla a cientos de kilómetros, nada podría pasar ¿cierto?
—¡Nada de "¿Como va todo por allá?"—no baja ni un nivel el tono de su voz—. ¿Dónde has estado las últimas dos semanas? y más vale que no me mientas porque me lo ha dicho la señora Izuki, no has llegado a dormir varias veces. Shoyo, si no fuera porque hablo contigo todas las noches, estaría pensando lo peor.
A Hinata no le queda más que bajar la mirada, culpable y avergonzado. No puede mentirle a su mamá, no debe ni quiere, pero tampoco va a soltar que se metió a la casa de un desconocido mayor que él que resulta no ser tan desconocido porque lo entrena. Si se escucha mal en su cabeza, no quiere imaginar que tal mal se escuchará en voz alta. Es en este punto donde entiende un poco mejor lo que trata de hacer su entrenador.
—Me he quedado en casa de un compañero del club—dice— casi se acercan las fechas de nuestro primer torneo, entrenamos mucho y él ha insistido en que es peligroso e insano que regrese hasta casa tan noche— mentiroso, mentiroso.
La mitad de una verdad es una mentira completa, le grita su subconsciente, pero aquellas palabras calman la ira de su madre quien pide que hablen un momento a solas. Aunque aún puede notar el enojo su voz , predomina la preocupación de madre. Le comienza a cuestionar sobre dónde vive su amigo, que si no está siendo una molestia con su familia y que no se le olvide agradecer la hospitalidad que recibe.
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Son
RomanceKageyama Tobio dedicó toda su vida al voley, sin embargo una lesión lo saca de la duela profesional y lo regresa al instituto del cual salió años atrás. Ahí buscará formar un equipo campeón, lo que no espera es que en el proceso uno de los miembros...