—¿Parlamento? —preguntó Ezequiel a los tipos, que no parecían tener ganas de bromas, mientras se quitaba el pasamontañas de un tirón para limpiar la sangre verde de su espalda.
—¿En serio, Piratas del Caribe? —pregunté boquiabierta.
Estaba bien saber que había cine en Marte, para cuando tuviéramos que huir allí o lo que fuese. Ezequiel se rio porque hubiese reconocido su referencia. Y su tranquilidad, junto a que se hubiera quitado el pasamontañas (y que guardase la espada como estaba haciendo ahora), me hizo pensar que no estábamos en peligro real.
—¿Nos sigues o tenemos que llevarte? —preguntó uno de los hombres, que también dejó de apuntarnos.
—Voy detrás. —Me tendió una mano y yo le sujeté dudosa.
De nuevo tuve aquella extraña sensación de estar en ninguna parte. Y, cuando aterrizamos, tuve que agarrarme al brazo de Ezequiel, porque estuve a punto de perder el equilibrio. Él pareció notarlo y me abrazó de la cadera con suavidad.
—Tú no hables mucho y dame la razón en todo —susurró a mi oído, aprovechando nuestra cercanía—. Y quítate el pasamontañas, por favor, Sam, que esto no es el robo de un banco —pidió con tono bromista, mucho más alto.
Yo obedecí, poniéndome recta de nuevo. Me había mareado, pero había sido muy breve. La verdad es que lo de poder teletransportarte en cuestión de segundos a cualquier lado sonaba genial, pero me dejaba mal cuerpo. Prefería la moto, aunque no fuera muy práctica para ir a Marte o dónde fuera que estuviéramos.
En realidad, aquello no parecía Marte. Habíamos llegado a una habitación pequeña, con paredes de piedra y un tipo sentado tras un escritorio. Ezequiel se inclinó para firmar en un libro que tenía delante, donde le señaló, y luego me hicieron firmar a mí... ¿En serio? De verdad que aquel mundo era desconcertante.
De los seis tipos con espadas que habían aparecido en la casa solo nos siguió uno, que no firmó y salió delante de nosotros. El frío me hizo castañetear los dientes en cuanto salimos de la sala, que daba directamente a un bosque de pinos enormes. Había hielo y nieve en el suelo.
—Perdona, aquí siempre hace frío —se disculpó Ezequiel, pasándome un brazo sobre los hombros para darme calor—. ¿Están en la Fortaleza o en la base, tío? —preguntó Ezequiel al hombre que nos guiaba.
—En la base, colega —replicó el otro, burlón.
—Estamos cerca entonces —explicó Ezequiel.
Quise preguntarle quién era el que estaba en la base, pero me temblaba todo el cuerpo. La camiseta que llevábamos era muy fina y yo nunca me había llevado bien con el frío. Prefería el calorcito de un buen fuego. A veces, Beatrice y Raphael hacían barbacoas en el patio y yo adoraba sentarme delante de la hoguera, muy cerquita del fuego, para sentirlo bien...
Aquello era demasiado frío para mí, incluso aunque Ezequiel fuera frotándome con sus manos los hombros y los brazos.
Por suerte salimos pronto de entre los árboles. En casa era casi verano, pero allí la nieve cubría completamente los barracones de piedra, creando un paisaje blanco y ligeramente navideño. Como de postal.
—Vamos, nena. —Ezequiel entrelazó mis dedos con los suyos y aceleró el paso, ignorando al guía, para serpentear entre barracones.
¿Quién había construido aquello? Después del segundo giro me perdí completamente. No habría podido salir ni aunque hubiese querido hacerlo. Menuda locura. Los edificios parecían carecer de cualquier orden lógico y no había caminos ni calles propiamente dicho, solo hueco entre estos, aunque eran anchos para que entrase la gente sin problemas.
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Crónicas de Morkvald: Luna de Fuego #2 - *COMPLETA* ☑️
FantasíaSamantha creció en un orfanato hasta que la acogió una encantadora familia, sin saber quién es ni por qué es importante. No recuerda nada de su infancia, ni cómo llegó al orfanato. Pero Samantha tiene un don, uno que no comprende y que le impide ser...