XII

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Di un respingo al ver de dónde provenían los gritos agudos. Unos pequeños seres se arrastraban por el suelo, como si quisieran camuflarse por el prado, aunque era imposible, porque sus cuerpos marrones y negros destacaban sobre el verde. Corrí a esconderme tras Ezequiel, no porque la media docena de monos peludos pareciese peligrosa, sino porque seguía casi desnuda y me moría de vergüenza.

—¡Dijiste que no había nadie! —me quejé al chico asomándome sobre su hombro.

Ezequiel se partió de risa, pero no hizo intento de defenderse de los seres, que se pusieron de pie, sabiéndose descubiertos. Llevaban pequeños puñales fabricados de piedra, aunque como ellos no medían más de veinte centímetros no parecían muy intimidantes. Por lo demás, parecían monos sin cola y rostros pelones.

—No son nadie, son trasgos, Sam. Y son prácticamente inofensivos. Les gusta robar cosas.

Alzó la mano y los mandó volando tan lejos que los perdí de vista.

—¡Que los vas a matar! —le reñí.

—Que va, son resistentes. Y tampoco es que importe mucho si un par la palma, hay miles.

—Entonces no descubriste Zeqland, ya estaba habitada —le acusé, saliendo de nuevo de detrás de él. Me pareció ligeramente ofendido—. Debería ser Trasgoland —le piqué divertida.

—¡Ni lo sueñes! —Movió la mano y una nube descargó justo sobre mí, tan rápido que no pude apartarme—. Esos seres son poco más que animales, no son dueños de mi universo —se enfurruñó.

Yo escupí el agua que se me estaba colando en la boca y apreté los labios mientras una suerte de paraguas de fuego bloqueaba el agua que caía sobre mí. Mucho mejor.

—Entonces, ¿son tus súbditos, majestad? —Le hice una reverencia burlona.

Él se lo pensó un momento, mientras disipaba la nube sobre mí. Yo hice lo mismo con el fuego. Al final respondió con una enorme sonrisa.

—Pueden ser mis súbditos.

Me reí y lancé una bolita de fuego del tamaño de una moneda, hacia él. Fallé, por cierto, ni siquiera le rocé, aunque él no se movió. Luego se partió de risa por la desviación de mi ataque. Fue mi turno de enfurruñarme un poco.

—Jamás he necesitado tener puntería para nada, ¿sabes? Era la peor en baloncesto... Bueno, los deportes nunca han sido lo mío. Salvo correr, se me daba bien correr.

—Aprenderás. —Se encogió de hombros—. ¿Sabes la mejor forma de aprender a apuntar?

Agité la cabeza, sin estar muy segura de si quería ese consejo, porque una sonrisa maliciosa asomó a sus labios. Movió la mano hacia nuestras cosas y un trasgo blanco salió volando, cabeza abajo. Parecía haber estado registrando nuestros bolsillos, y se le cayó el móvil de Ezequiel de las manitas finas y largas de tres dedos.

—¿Nos estaba robando? —pregunté boquiabierta.

—Les gustan las cosas nuevas. Un grupo grande nos distrae y el líder busca el botín.

—Así que lo sabías y le has dejado creer que lo conseguiría.

Ezequiel volvió a reírse y dejó caer el bicho delante de mí. En realidad, pese a que tenía una especie de cejas espesas y oscuras que contrastaban con su pelo blanco y le hacían parecer enfadado, era mono. Peludito y algo regordete. Parecía un peluche. Me acerqué un poco para defenderle de Ezequiel. Y lo primero que noté al dar un paso hacia él fue que apestaba. Lo segundo fue que tenía un cinturón muy burdo y en él enganchado un pequeño puñal metálico.

Crónicas de Morkvald: Luna de Fuego #2 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora