XXII

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Tenía un problema enorme. Así que, tras ducharme y elegir un chándal al azar de mi armario, salí de la habitación, aún con el pelo mojado. Di gracias al destino o lo que fuera porque Ezequiel aún no estuviera allí. Subí corriendo las escaleras hasta los despachos y golpeé dos veces la puerta de Selene antes de abrir de golpe.

A ver, no lo pensé, porque era un despacho y tenía prisa. Pero cuando vi como ella y Enkar se apartaban tan rápido como si quemasen, me dije que la próxima vez esperaría a que respondieran. Estaba claro que los había interrumpido mientras se enrollaban o lo que fuera. Me ardió la cara por la vergüenza y estuve a punto de salir tan rápido como había entrado.

—Lo siento mucho, no... yo... —intenté arreglarlo, pero se me trabó la lengua.

Selene se rio un poco, restándole importancia con un gesto, así que me relajé un tanto.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? —se preocupó Enkar enseguida.

—Sí, sí, yo... bueno, tengo un... problema de... elementales. —Traté de que sonase menos superficial de lo que era en realidad.

—¿Qué pasa? —insistió Enkar, con tono de alarma casi. Debía suponer que había vuelto a prender fuego a alguien.

—Ya me encargo yo, Enkar. —Selene se hizo cargo, acercándose a mí—. Vamos a mi habitación a solucionar ese problema y tú... —Se giró hacia el licántropo, que alzó las cejas negras—. Espérame para... acabar de rellenar esos informes.

El hombre se rio, agitando la cabeza y yo me sonrojé aún más, pero me dejé llevar por ella hasta su dormitorio. Pensé que querría darme la oportunidad de hablar a solas, pero cuando cerró la puerta del dormitorio doble, fue directa al armario.

—¿Cómo sabes...? —pregunté, sintiendo que me ponía más roja por momentos.

—¿No quieres algo bonito para impresionar a Ezequiel? —cuestionó, parando un momento para mirarme.

—Quiero algo con lo que me vea —reconocí, sentándome al borde de la cama.

Después de la ducha me había dado cuenta de que prácticamente toda mi ropa eran chándales o prendas más cómodas que bonitas. ¿Cómo iba a fijarse en mí entre toda la gente si parecía... un chico?

—¿Con lo que te vea? —preguntó confusa, sentándose a mi lado.

—Bueno... cuando nos conocimos me confundió con un chico —expliqué y pese a la vergüenza me sentí increíblemente bien por poderlo hablar con alguien—. Yo llevaba la cara tapada, pero aun así...

—Te hirió la vanidad —adivinó sin problema.

—Y... Bueno, vosotros os lleváis muy bien, no sé si debería hablar de esto contigo.

—Sam, puedes contarme lo que quieras, no saldrá de aquí, te lo prometo.

Asentí una vez, creyéndome sus palabras. De todas formas, no me había dado motivos para desconfiar, desde que había llegado allí, había sido muy amable conmigo.

—Es que me ha dicho como mil veces que pasa de chicas y que no quiere... nada. No conmigo, si no en general y no dejo de preguntarme si trata de alejarme o...

—Tienes que entender algo de Ezequiel, Sam. —Selene apoyó sus manos frías sobre las mías, con suavidad—. Se ha criado aquí, en un sitio... que considera hostil. Y lo fue, cuando era niño... La gente no era precisamente amable con él. Además, perdió a sus padres muy joven y se empeñó en convertirse en un guerrero. A los diez años ya era capaz de matar a vampiros que le doblaban en tamaño y cuadriplicaban en edad, Sam. Ha crecido siendo un guerrero, no un poeta, ni un amante. —Paró un segundo, como si quisiera darme tiempo a procesar sus palabras. Yo solo logré sonrojarme hasta las orejas—. Eso no significa que no le gustes. Ha pasado de ser cazador para poder estar contigo, para protegerte. Como mínimo, le gustas más que ser un guerrero y te aseguro que eso es lo único que le ha gustado siempre.

Crónicas de Morkvald: Luna de Fuego #2 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora