Acto 6: El Infierno - XXV

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—¿Estás bien, chica de fuego? —Zeq estuvo a mi lado en seguida y tiró de mi brazo para levantarme del suelo.

—No... —reconocí, tosiendo más sangre.

Aquello no podía estar bien. Me dolían mucho las costillas por el nuevo golpe y la sangre manaba de entre mis labios continuamente. Un aleteo me asustó, pero fue Lehaké el que aterrizó a mi espalda. El resto de caenunas nos rodearon.

—¿Algún plan, chicos? —nos preguntó Zeq.

Él se mantuvo delante de mí y Lehaké a mi espalda, ambos con sus armas preparadas. Pero, aun así, ¿teníamos alguna posibilidad? Al menos una docena de caenunas nos rodeaban.

—Tomad. —Lehaké le dio su espada a Ezequiel y luego hizo aparecer otra idéntica, fina, alargada y blanca, y me la tendió a mí.

—No creo... —empecé, las armas no eran lo mío, la verdad, pero me obligó a cogerla.

Lehaké hizo aparecer una tercera espada igual que las dos anteriores y la apretó en su mano. Ezequiel se quedó con ambas armas preparadas, aunque su brazo derecho tenía una herida profunda que goteaba sangre constantemente, que cubrió en ese momento con su agua.

—Esas espadas son lo único efectivo contra ellos. Cortadles la cabeza o volverán —explicó Lehaké.

—¿Por qué no atacan? —preguntó Ezequiel, algo desconcertado, cambiando las espadas de mano por algún motivo que no entendí.

—Están asegurándose de cual de vosotros es al que buscan.

—¡Lehaké! —Una voz femenina, pero autoritaria, surgió entre el resto de los caenunas. Una mujer dio un paso al frente—. ¿Has olvidado tu misión?

Parecía una ejecutiva, llevaba traje de chaqueta, aunque iba descalza. Tenía una media melena negra y algunas arrugas que demostraban su edad. Al menos, del cuerpo humano que estaba usando.

—No. La tengo más clara que nunca. —Adoptó una postura defensiva, abriendo tanto las alas que perdí de vista a la mujer—. Sois vosotros los que habéis olvidado. Pero no saldrá bien. Incluso aunque liberaseis al Primero, no será como creéis. No os aceptará, porque sois tan defectuosos como los humanos.

—Matad al traidor. —La voz de la ejecutiva resonó autoritaria por toda la plaza—. Capturar a los elementales, no distingo cuál es la llave si están tan cerca.

—Sácala de aquí, Godric —ordenó Ezequiel a mi hermano.

—No funcionará, son más rápidos —se negó él—. Quizá tú puedas despistarlos.

—No, nos quieren a nosotros, juntos no huiremos jamás.

Ezequiel se giró un momento hacia mí, justo cuando los caenunas se movían todos a la vez. Quise gritarle que estuviera atento a la pelea, pero me perdí en su mirada gris y desolada.

—Estarás a salvo mientras yo viva —me dijo, como si pudiera oír lo que pensaba, antes de frenar con la espada un ataque.

El caenuna parecía esperar pillarle por sorpresa, así que cuando Zeq interpuso su arma, este tardó en reaccionar el tiempo justo para que él le cortase la cabeza con la espada blanca. Las alas de Lehaké me envolvieron de golpe y tardé en entender que me estaba defendiendo.

Apoyé la mano sobre su mejilla, en la oscuridad de su abrazo. No me tocó realmente, pero sus alas fueron un capullo protector perfecto a nuestro alrededor. Y allí dentro, el único punto de luz, eran sus ojos antinaturalmente azules.

—Lárgate, Lehaké, no van a por ti, te dejarán en paz —murmuré.

—Aún no lo entiendes, ¿verdad?

Crónicas de Morkvald: Luna de Fuego #2 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora