Estaba segura de que Ezequiel me tomaba el pelo. Otra vez.
Había llamado a la parca amiga suya tras volver de Samyland, y había quedado con él en las urgencias de un hospital. Tuvimos que teletransportarnos a un par de calles y caminar hasta el sitio. Y, cuando vi a la parca, no pude creérmelo.
Estaba en la sala de espera de urgencias, con un café del que no había bebido en la mano y apoyado en una papelera enorme con gesto descuidado. Llevaba un uniforme, con una calavera ligeramente infantil dibujada en el bolsillo, y una chapa que le identificaban como celador del hospital. Aunque su pelo rosa, en cresta con los lados rapados, el pendiente que colgaba de su oreja, con la forma de una cruz invertida y el pincho que sobresalía de su ceja, le daban más aspecto de... No supe de qué, pero ni de celador ni mucho menos de parca.
En realidad, solo había visto una parca en mi vida y fue por error casi. El fantasma de un señor me había pedido que hiciera compañía a su mujer que iba a morir y estaba haciéndolo sola en una residencia de mala muerte. La verdad es que la narración de su historia de amor, sobreviviendo a años de penurias me había enternecido, así que fui a acompañarla. Estuve veinte horas viendo cómo se ahogaba con sus propios fluidos y luego, la parca, entró en la habitación. El frío me heló y todo se paralizó alrededor. Incluso la enfermera que había entrado a certificar la hora de la muerte. Yo me fingí tan quieta como ella, porque la parca me daba miedo.
En aquella ocasión, la parca era un señor imposiblemente viejo, con la cara chupada y un traje negro. Vamos, lo que uno puede imaginar al hablar de una parca. Aquel tipo que tenía delante no parecía tener más de veinticinco años y hubiera apostado más porque era un intento de músico que una parca.
—Gracias por hablar con nosotros, Mark —le saludó Ezequiel, demostrándome que no se había equivocado de tío.
El tal Mark le miró un poco, saludándole con un gesto de cabeza y luego me recorrió a mí con la mirada y me dedicó una sonrisa de medio lado que no llegó a sus ojos.
—Ya veo que hasta el soldadito de hierro puede derretirse con la cantidad de fuego apropiada —se burló de Ezequiel, que me miró un momento sonrojado, o eso me pareció. ¿De qué hablaba?—. ¿Qué mierda te dan de comer en Morkvald, tío? Da un paso para allá, que me voy a perder el espectáculo.
Empujó a Ezequiel sin ningún miramiento y yo tuve que girarme a ver cuál era el espectáculo. Un doctor hablaba con un par de chicos y una chica. Ella lloraba y uno de los tipos, más gordito que el otro, parecía a punto de derrumbarse. ¿Eso le gustaba a la parca, ver el sufrimiento de la gente?
—Necesitamos... —empezó Ezequiel, pero la parca le chistó para que se callase.
—El doctor le está diciendo a esa gente que Greta está en quirófano muy grave —nos explicó—. Está casada con el cachas, pero el gordito, que está saliendo con la chica bajita, que a la vez es la mejor amiga de Greta, se la tira todos los martes y jueves en un motelucho. El marido tiene la mosca tras la oreja desde hace tiempo y la actitud del gordito... En fin, quizá debía haber ido a clases de interpretación de verdad, como le contaba a su novia.
—Eso es muy interesante, pero... —lo intentó Ezequiel de nuevo, pero el de pelo rosa volvió a cortarle con un gesto, poniéndose recto. Incluso tiró el café entero a la basura.
—Ya se va el doctor y... —Se interrumpió con una sonrisa ladina.
—¡¿Te la tiras?! —le gritó el cachas al otro, tan alto que toda la sala de urgencias se giró a la vez hacia ellos.
—¡¿Qué?! —preguntó la novia del gordito.
Él no consiguió decir nada, pero su silencio fue más revelador que cualquier cosa que hubiera podido argumentar. El cachas le dio un empujón, lanzándole al suelo. La chica bajita trató de meterse en medio y el tipo la empujó con fuerza, sin pensar demasiado, para llegar hasta su objetivo.
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Crónicas de Morkvald: Luna de Fuego #2 - *COMPLETA* ☑️
FantasíaSamantha creció en un orfanato hasta que la acogió una encantadora familia, sin saber quién es ni por qué es importante. No recuerda nada de su infancia, ni cómo llegó al orfanato. Pero Samantha tiene un don, uno que no comprende y que le impide ser...