VI. ☆ Mirada de tigre enojado☆

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Las mesas de piedra del laboratorio de química venían de a pares y para mi fortuna, el maestro me acomodó en la última del fondo desde donde podía ver a Diego, que estaba dos mesas más adelante

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Las mesas de piedra del laboratorio de química venían de a pares y para mi fortuna, el maestro me acomodó en la última del fondo desde donde podía ver a Diego, que estaba dos mesas más adelante.

Yo había llegado antes así que pude ver con claridad su cambio de actitud al entrar al aula y notar que compartía esa clase conmigo; su cuerpo se tensó, su mano se cerró en un puño y enderezó la espalda en señal de alerta. Me miró a los ojos un segundo antes de sentarse en su lugar y en esa oportunidad le sonreí de lado, quería hacerle saber que yo era consciente de que lo ponía nervioso... aunque aún no supiera por qué.

Estuvo con esa actitud toda la clase, no se encorvó ni un segundo, no giró a mirarme tampoco, pero por el latir de su corazón que no disminuyó marcha en las casi dos horas de lección, supe que no dejaba de pensar en mi cercanía.

Luego de decidir con certeza intentar buscar paz con Gris, planeaba buscarla en algún momento y charlar con ella por las buenas, pero con su novio era cosa distinta porque se notaba que él no era tan accesible como la rubia. Me había prometido no buscar problemas, pero si los problemas me buscaban a mí, yo no me iba a esconder.

Supe que Diego podría llegar a ser un inconveniente cuando la clase acabó y él no se levantó de su lugar pese a estar muy cerca de la salida. Vio con calma cómo cada uno de los estudiantes y el maestro salían, yo aguardé, porque supuse y sin equivocarme, que su espera era por mí. Cuando no quedamos sino él y yo, Diego se levantó para ir a cerrar la puerta del aula.

Me moví al tiempo para llegar más cerca de él, me apoyé contra la mesa que él había ocupado, Diego seguía junto a la puerta, a solo tres metros. Fingí desconcierto, como si su actitud me sorprendiera totalmente.

—¿Hola? —murmuré.

Diego tardó en responder; su corazón latía con fuerza, pero en su cuerpo no se notaba esa alteración pues estaba con los brazos cruzados, actitud altiva, presuntuosa, como si buscara intimidarme con su porte de chico malo. Diego era un tanto más alto que Marco, pero aun así no lograba ser tan alto como yo y ese empeño en mantenerse tan erguido, supuse, era para no sentirse más pequeño que yo, metafóricamente hablando. 

Si yo había albergado alguna diminuta duda sobre el recelo de Diego hacia mí, se disipó cuando me miró a los ojos y vi un fuego silencioso en ellos.

—¿Quién eres? —preguntó finalmente, mordaz.

—Karma Blair. Marco nos presentó el jueves pasado, ¿lo olvidas?

—No existe ninguna preparatoria North Forest en este país —espetó—. ¿De dónde vienes?

Enarqué una ceja.

—¿Me has investigado? —le reté, con un tinte divertido en la voz.

No tuvo reparos en admitirlo:

—Así es, no hay ninguna con ese nombre.

—¿A ti qué más te da? —Aproveché que me miraba fijamente a los ojos e intenté meterme en su cabeza, mas a los pocos segundos me sorprendí al saber que nada pasaba. No pude entrar. Parpadeé un par de veces, disimulando el desconcierto—. ¿Quién eres tú en todo caso?

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora