IX. ☆ Marco y la fábrica de locuras ☆

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Mi papá pasó a mi habitación a verme antes de irse a trabajar, traía en sus manos una jarra transparente con agua, un par de pañitos blancos y un gesto que era más preocupado de lo que debería

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Mi papá pasó a mi habitación a verme antes de irse a trabajar, traía en sus manos una jarra transparente con agua, un par de pañitos blancos y un gesto que era más preocupado de lo que debería.

Con los párpados perezosos lo miré e intenté reírme de su aspecto general de padre con un bebé enfermo, pero creo que ni siquiera una buena mueca burlona hice.

—Debo irme ya.

—Está bien, no estoy muriendo.

Omitió mi comentario antes de seguir hablando.

—Estoy a una llamada de distancia. Si te sientes de nuevo débil no seas imprudente y llámame. Ahí te dejo el termómetro y si te sientes caliente lo usas, si estás más allá de lo normal toma otra ducha o llámame.

—Sí, papá, lo sé. Termómetro, mucho líquido, ducha y no morirme, lo tengo.

—No es gracioso.

—No es tan grave tampoco.

Mi padre negó con la cabeza, resignado, como si por fin me diera como caso perdido para que me tomara en serio una pequeña fiebre que a todo el mundo le sucede de vez en cuando.

—Bien. —Se acercó a mí y fingiendo que se iba a despedir de mí puso su palma en toda mi frente para palpar mi temperatura. No objeté porque al parecer nada lo alertó—. Te llamaré en un rato.

—Vale.

Me miró una vez más y salió de la habitación. Suspiré y me arrebujé más dentro de mis cobijas; odiaba estar enfermo, pero tenía la ventaja de que cuando enfermaba, sanaba pronto... además era un día entre semana sin ir a estudiar y eso nunca deja de ser divertido.

Desde la tarde anterior empezó a dolerme la cabeza a momentos intermitentes, sentí ligeros mareos y escalofríos ocasionales. Se lo dije a mi papá mientras mirábamos televisión en la sala y como buen padre se mantuvo alerta cada hora o cada hora y media luego de eso, y fue bueno, lo admito, porque a eso de las dos de la mañana cuando pasó a mi habitación me encontró sudando mucho y con fiebre.

El instinto de mi papá hacía que se preocupara demasiado, especialmente porque sin mamá ahí, era él quien tenía que encargarse... o al menos eso creía él. Desde que vivíamos solos no me había enfermado así que imagino que tomó mi ligera fiebre como un padre primerizo toma una gripa en un bebé.

Mientras amanecía dormí a ratos dispersos, pero en sí no había descansado mucho, al contrario, la pérdida de agua por el sudor y de por sí el malestar me mantenían algo cansado; me quedaba de consuelo que de ese momento a las siete de la noche tenía la soledad de mi casa para descansar y la esperanza de que no se me subiera de nuevo la temperatura.

Intenté dormir con la habitación en silencio porque me dio flojera levantarme a poner algo de música, pero mi descanso se interrumpió poco después con una llamada en mi teléfono. Resoplé al ser consciente de que solo había pasado una hora desde que papá se fue y que ya había empezado con su superpreocupación; si iba a ser así todo el día, no podría dormir más de media hora seguida.

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora