IV. ☆ El deber y el honor ☆

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Suspiré y traté de no perder ni la concentración ni la imagen mental que estaba plasmando

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Suspiré y traté de no perder ni la concentración ni la imagen mental que estaba plasmando. Mi cuerpo yacía horizontal sobre la cama, había quitado todas las almohadas para obtener una superficie plana y cómoda sobre la cual estar. Tenía ambas manos elevadas, con una intentaba darle posición a las canicas que iba sumando a la constelación flotante y con la otra procuraba no desacomodar las estrellas que ya tenían su lugar. Los blancos puntos que la magia mantenía ingrávidos pretendían representar a Escorpio, mi constelación favorita.

Toda mi energía mental y física estaba distribuida entre mis dos manos, el resto de mis sentidos estaban lejanamente más apagados porque apenas estaba aprendiendo a dividir poder en dos tareas distintas al tiempo —en este caso, acomodar y mantener las canicas blancas flotando—, puse en mi imagen mental la posición de la estrella de Antares, una de las pocas que me faltaban para terminar y entonces, tocaron a mi puerta, sobresaltándome y haciendo que todas las canicas me cayeran de sopetón sobre el cuerpo.

Subí las manos a mi cara en reflejo para evitar que alguna me lastimara los ojos, el sonido repetitivo de más de veinte canicas golpeando y rebotando contra las baldosas del suelo se prolongó por varios segundos; en ese lapso, mi madre se asomó por el marco de la puerta.

Al abrir mis ojos, vi en su rostro una mueca de disculpa ante el reguero de canicas. Suspiré y me incorporé, quedando sentada.

—Lo lamento, no sabía que estabas con esto.

—Debo poner un letrero en la puerta cuando necesite concentración. —Resoplé—. O bueno, en realidad lo que necesito es mejorar la multifunción de mi cabeza.

Ese tipo de ejercicios, aparte de que le gustaban, eran una ayuda para mejorar el potencial de mi mente. Mi padre me decía con frecuencia que de nada servía la magia si no podía concentrarme en dos acciones al tiempo, y tenía razón, no era para nada útil que los sentidos se me apagaran cuando me concentraba un poco más de la cuenta.

Tanto mi padre como mi madre podían ejecutar magia por horas y aun así mantener una conversación o escuchar todo lo que sucedía a su alrededor, así que yo me sentía a veces tonta por no poder hacerlo también.

—Aún eres joven, Estrellita, ya aprenderás. —Mi madre terminó de cruzar el umbral de la puerta y se agachó un poco, movió sus manos en círculos sobre el suelo y todas las canicas llegaron a ella como si fuera un gran imán recolectando pequeños pedazos de metal. Las hizo subir reunidas a mi cama y me sonrió—. Al menos no perdemos ninguna.

—Gracias, ma.

Mi madre se sentó a mi lado en un inusual pero usual silencio. Inusual porque ella sabía siempre qué decir y usual porque era la actitud que tomaba cuando debía hablarme de algo importante. Extendió esa pausa silenciosa por otro par de segundos y al hablar, suavizó aún más la voz que antes:

—¿Qué tal Midwest?

Lo primero que se me vino a la cabeza fue la metida de pata con el balón y la posterior manipulación mental colectiva que había tenido que hacer por obligación; consideré contárselo a mamá, pero a último minuto me retracté, había confiado al cien por ciento en ella desde que había nacido, pero de un tiempo determinado hacia delante, ya no era lo mismo y no quería una reprimenda suya ni un sermón diciéndome como a una niña chiquita que eso no se hacía.

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora