XIII. ☆ Caer del paraíso ☆

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Me dio la impresión de que en la cueva bajó drásticamente la temperatura, aunque en realidad la gelidez se debía al hecho de que estábamos mojados por el agua que Karma había dejado caer —por mi culpa— sobre nosotros

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Me dio la impresión de que en la cueva bajó drásticamente la temperatura, aunque en realidad la gelidez se debía al hecho de que estábamos mojados por el agua que Karma había dejado caer —por mi culpa— sobre nosotros. Prefería pensar que era por esa circunstancia que los ánimos entre ambos también enfriaron un poco y no porque nuestra cita se hubiera dañado.

No puedo decir que era solamente Karma la que se había aislado parcialmente en un lugarcito dentro de sí, porque yo también lo hacía. Aún con todo, cuando nos volvimos a sentar en el suelo Karma apoyó su cabeza en mi regazo, recostándose un poco sobre la manta y yo le acaricié el cabello por mucho rato; era una manera de decirnos sin palabras que teníamos el derecho de estar tristes o enojados y que eso no significaba que quisiéramos alejarnos uno del otro.

Afuera se escuchaban truenos cercanos, pero de momento no había lluvia ruidosa, no había más sonido en la cueva que el eco del viento y nuestras respiraciones. Comencé a suponer que Karma se estaba quedando dormida y con más esfuerzo me quedé quieto, sin embargo, en tono bajo empezó a hablar:

—¿Cómo te sientes, Marco? —Solté una risita entre dientes, sin dejar de acariciar su cabello—. ¿Qué es gracioso?

—Tú. Siempre preocupándote tanto por mí.

—¿No se supone que es algo que debo hacer?

—¿Lo haces por obligación?

—No. Me refiero... a que cuando amas a alguien, te preocupas. ¿No es eso normal?

Le coloqué un delgado mechón de pelo tras la oreja y observé su perfil, lo único que veía de su rostro en esa posición. Pese a la poca luz, lograba verse ligeramente hinchado su párpado inferior por tanto que lloró unos minutos atrás.

—En este momento estoy bien —respondí finalmente—. ¿Y tú?

La coraza ya se le había roto con las inevitables lágrimas previas así que no mintió ni intentó ocultar nada al contestar:

—En este momento no estoy bien. Me siento cansada... mentalmente cansada. Derrotada.

—¿Quieres que volvamos ya a casa?

Negó con el mentón y se impulsó para que su rostro quedara mirándome, dejando su cuerpo totalmente bocarriba con su cabeza reacomodada en mi regazo. Mi mano, ya sin cabello suyo para entretenerse, se desvió a su cuello, anidó dos caricias y luego se quedó quieta en ese punto entre la nuca y la oreja.

—No. Te quiero a mi lado todo lo que pueda en este día. —Suspiró con fuerza, graficando su cansancio mental—. ¿Te cuento algo? Cuando Divine y yo éramos niñas solíamos fantasear con una historia de amor prohibida. Fue por allá a los nueve o diez años, ambas ya éramos conscientes de cómo sería nuestro futuro, pero solíamos imaginar un amor de esos como algo divertido... en realidad era más que todo ella, yo solo me dejaba consumir de su imaginación.

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora