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La luz en Larem se había ido un día jueves para nunca regresar. Dejó en su ausencia una lluvia perpetua que solo variaba en su intensidad, la constancia con la que las gotas descendían y la potencia con la que los truenos hacían estremecer los cimientos del pueblo. Las pertenencias de los laremses solían permanecer llenas de moho desde entonces, las pinturas de las paredes se caían a pedazos y todos los muebles de madera se habían podrido en los primeros meses.

Cuando el crimen en Casa Uno se descubrió, el señor Tomas Conejo acudió en persona a la comisaría local para denunciarlo por falta de un mejor medio de comunicación.

Los procedimientos de investigación sobre la escena del crimen fueron perpetuados bajo la llama de una vela que titilaba a punto de consumirse, y un grupo de rayos blanquecinos provenientes de las linternas policiales. Todas las circunstancias eran, como mínimo, desconcertantes. A la víctima le habían teñido el cabello de rubio y el azul de sus ojos era el efecto de lentes de contacto, muchos se preguntaban la razón de hacerla pasar por ese proceso, algunos señalaron que con esos cambios hasta tenía un parecido con la mujer que había dormido junto a ella.

La niña encontrada había desaparecido de la ciudad hacía día y medio y ninguno de los que habitaban en Casa Uno tenían siquiera un mínimo detalle que los vinculara a la pequeña o a su familia. Pero ahí estaba su cuerpo, con la boca destrozada y su físico lleno de retoques, impregnando de susurros de caos la casa más tranquila de un pueblo que siempre había sido reconocido por su perpetua paz. En Larem solo había personas de buenas familias; nunca se oyó de un robo, alguna indecencia, nada que pudiera ser noticia hasta los acontecimientos relacionados con la luz y la lluvia, esa era la razón por la que un escándalo como el que nació en la cama de Alicia tuvo tanto impacto social.

Según lo especificaba el forense, la hora de muerte estaba entre las once y medianoche, por lo que todos los miembros de la casa debían estar dentro cuando sucedió; cualquiera pudo haber sido acusado si se hubiera encontrado algo además de las tres únicas irregularidades en la escena: un cigarro aplastado, el trozo de una prenda de vestir amarilla, y un sombrero.

El sombrero. Todos en la casa tenían algo que decir referente al sombrero. Algunos, que no era de importancia, ¿qué podría significar un sombrero al lado del cuerpo de una pequeña asesinada? Era ilógico siquiera pararse a pensar en él. Otros, pensaban que el asesino debió haberlo dejado por equivocación, que sería crucial para el caso y que la policía hacía mal su trabajo al no haber conseguido nada incriminatorio en él.

Pero Alicia iba más allá, más allá incluso del mundo que compartimos. Ella hablaba de sus sueños, un lugar al que recurría para ser torturada. Cada madrugada despertaba con la respiración entrecortada a levantar al señor Conejo para que fuese a buscar un oficial. Al cabo de un tiempo dejaron de acudir a sus llamados, siempre era lo mismo: Alicia juraba que el sombrero le aparecía en sueños con una boca amplia, llena solo de colmillos, y se reía de ella. A veces incluso se la tragaba. Para ella, el sombrero lo era todo, para los demás, ella estaba loca.

Hasta que otro sombrero apareció.

Motivo para matar [COMPLETA📚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora