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Con el pasar de los días la policía tenía cada vez menos información del Sombrerero loco, las pistas habían escaseado y las pocas que tenían no esclarecían nada. Ni el cigarro, ni el pedazo de tela amarilla, ni los dos sombreros. La única conclusión a la que habían llegado era que el asesino no podía tratarse de nadie de Casa Uno, todos carecían de un factor crucial: motivo.

Un criminal podría no tener el lugar ni el momento, pero siempre tendría un motivo.

Sin embargo, esa declaración no era aceptada dentro de la profundidad de las mentes que velaban en ese lugar.

En el pueblo se hablaba mucho del caso, era la única noticia para degustar junto a una taza de hiervas calientes en medio de las lluvias que cada vez parecían estar más a gusto en Larem y con menos ganas de irse.

Liebre, entre todos los laremses, era una chica jovial de veintiséis años, de carisma enloquecedor y mirada persuasiva, pero de un tiempo a otro dejó de ser todo eso para convertirse en la mejor amiga de Alicia. Algunos la definirían como leal, mas, desde mi perspectiva, es válido llamarla insegura. Veía en Alicia un potencial que ella nunca podría alcanzar: para la dicción, para ser la número uno en su clase de artes escénicas, para ser agradable sin pretenderlo; pero, sobre todas esas cosas, envidiaba de Alicia su su autonomía. Por eso había decidido empaparse de ella, por esa razón se mudó a Casa Uno a tan solo una semana de conocerla y se llevó consigo a su madre, Reina Rojas.

Nunca se había arrepentido tanto en su vida.

—No van a aceptarte en ninguna academia con un mínimo de prestigio después de esto. Lo sabes, ¿verdad? —la regañaba su madre. Incluso bajo la escasa luz de las velas, el rostro de la señora Reina Rojas se veía casi tan encendido como su rojiza melena—. ¿Estás segura... segurísima... de que tú no tienes nada de nada que ver en esto? —Liebre rodó los ojos por quinta vez en lo que iba de conversación—. Porque si es así tienes que cuidarte, ser muy precavida, muy precavida... mira que quien le hace algo a Alicia no sale airoso jamás.

—Má, no entiendo, ¿por qué estás convencida de que el crimen es una especie de ofensa directa hacia ella?

En ese momento se hizo audible el  retumbar de unos pasos que se aproximaban a la habitación así que Reina se vio obligada a agarrar a su hija por el hombro y susurrarle al oído las siguientes palabras:

—No repitas nada de esta conversación.

Motivo para matar [COMPLETA📚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora