XXXIV. Inferno

1.2K 55 131
                                    


Una semana transcurrió luego de aquellos acontecimientos. Una semana que se les hizo larga e interminable, "la semana de la indiferencia" la habían denominado ellas. Siete días en los que habían pretendido que no sabían nada, ni tampoco que les importaba. Había sido duro, pero alguien estaba detrás de ellas, siguiendo cada paso que daban y no se les ocurrió mejor idea que fingir que no había un asesino entre ellos, ni que estaban ante un serio peligro de muerte. Claro que aquello no significó que bajaran la guardia. Julia estaba pendiente todas las noches de Sabela, y también de Carlos. María cuidaba de Marta como solía hacerlo siempre. Y Alba, seguía a Natalia por lo lejos, fingiendo que no le dolía ver como pasaba día y noche junto a Miki. Las reuniones del trío escarmiento, como las llamaba María, fueron escasas, habían acordado que hablarían sólo si era de suma importancia. Por otro lado, Damion se había conectado muy pocas veces con ellas, lo único que sabían era que estaba investigando a fondo todo sobre la llamada Ana Guerra, y que tenía un largo viaje por delante para encontrar algún lugar para quedarse. Su antiguo pueblo era inhabitable.

Ahora, con los siete días cumplidos, rezaban que hubiese sido suficiente para desviar un poco la atención de su investigación. Las tres eran conscientes de que todo estaba llegando a su fin, que era cuestión de tiempo para que todo explotase y querían estar listas para cuando lo haga. Sólo les quedaba alistarse para la batalla final y soltar toda la artillería pesada, pero para eso, debían poner a todos sus compañeros en contra de Miki y tarde o temprano, contarles todo lo que habían descubierto. Iba a ser una misión difícil. Pero no temían caer en el campo de batalla para lograr salvar a las personas que querían. Comenzaba la cuenta atrás.

Julia fue la primera en despertar en el séptimo día, ahora les tocaba resucitar, y volver para salvarlos a todos. Habían tardado cuatros días más de lo que la religión sostenía.

Ahora, la castaña se veía parada frente a la cabaña que solía ser de ella y de Carlos. Todos los recuerdos se le vinieron de golpe.

—Juls, has venido —dijo Carlos con una sonrisa tímida.

Y sí, el muchacho la había citado para darle una noticia y la mujer no tardó en correr a su cabaña. Como siempre se trataba cuando era sobre él. Julia no tuvo que preguntar para saber que era importante. Estaba parada allí mismo.

Sin decir nada, ambos entraron a la cabaña y se sentaron en los pequeños sofás. El aire estaba cargado de un aura diferente, misteriosa. Julia de pronto se vio rodeada de incertidumbre, como si no conociese al hombre que tuviera delante. Había una pared que le impedía leerlo completamente como lo hacia desde que lo conocía. Algo había cambiado.

—Lamento haberte pedido que vengas tan repentinamente. No quería interrumpir tu día. —dijo el muchacho.

—No lo haces, Carlos. Lo sabes —le dedicó una sonrisa reconfortante—. ¿Me vas a contar?

—Oh, sí, sí. Claro. —miró al suelo nervioso—. ¿Recuerdas la carta que escribimos hace como una semana? La de mi madre.

Julia asintió, mordiéndose el labio inferior y su pie comenzó a repiquetear con el suelo nerviosamente.

—Claro, lo recuerdo.

—Pues la ha recibido —soltó—. Y me ha contestado.

La espalda de Julia se enderezó y un sentimiento de angustia le abarcó todo el pecho.

—¿C-cómo? ¿Ella? —preguntó incrédula.

—Sí, Juls —dijo aquello con una sonrisa indescifrable para la castaña. Las lágrimas se formaban en sus ojos—. No ha escrito mucho. Pero es ella, está bien. A salvo.

Villa Triunfo | OT2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora