XLV. Apocalipsis

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Un final puede traer consigo cosas buenas o malas. Es la terminación de algún acontecimiento, el desenlace de una historia, la última escena de una película. Puede llegar de forma inesperada o planeada, pero lo cierto, es que siempre está allí. Listo para tomarte por sorpresa o agarrarte bien parado. Hay dos tipos de finales, los felices y los tristes. Los cuentos de hadas o la realidad. ¿Pero realmente es una final si no se sacrifica nada por el camino? Usualmente, las personas recorren un largo camino para llegar a él y cada paso que dan lleva consigo un fin oculto. Nada es porque sí, es como un destino completamente racional, todo lo que hagas y sacrifiques te llevará al mismo lugar. El final.

La tormenta infalible de aquella noche anunciaba el inminente caos. Llovía, tronaba sin parar, el cielo parecía estar a punto de caerse, como si hubiese sido advertido de los acontecimientos de ese momento. Pero a pesar de todo, nada, absolutamente nada iba a detener la insurrección planeada.

Diez años de sufrimiento, de una vida a medias, debajo de la tierra, con miedo a ser capturada por la justicia. Todo eso, se canalizaba en furia. Una bomba que no tardaría en estallar.

La hora de partir llegó antes de lo esperado. Abandonaron aquel bunker, sin saber si volverían. Antes de marchar, miraron por última vez aquel árbol de la memoria. Memorizaron uno por uno los nombres, aquella noche buscarían justicia por sus almas. Un plan milimétrico y un espíritu luchador.

La lluvia le prohibía ver con claridad el camino, sin embargo, no impidió que corrieran a través de él, con el corazón en la garganta. Cada vez que se acercaban un poco más al campo de batalla, el cielo lloraba más fuerte.

Fue mientras recorrían la extensa arboleda que advirtieron otra presencia en el bosque. El pánico cundió y el terror por arruinar el plan los llevó a esconderse como tenían practicado. Cada uno desfundó sus armas, y Ana, al escuchar como aquella presencia se acercaba, no dudó en abalanzarse contra ella para inmovilizarla.

La oscuridad no había permitido reconocer la presencia desconocida, pero al tenerla cara a cara, el rostro de la líder cambió por completo.

—¿Natalia? —preguntó, incrédula.

—Bonita manera de reencontrarnos, Ana.

Julia y María no tardaron en aparecer en los arbustos, sorprendidas al notar la situación.

—¿Qué hacéis aquí? —reprochó Ana.

—Venimos a luchar —se apresuró María.

—¡Por algo os mande a Elche! —gruñó—. No están a salvo aquí, no deberían haber vuelto

—No me iba a esconder como una cobarde mientras el asesino de Alba está allí fuera —dijo Natalia con rencor.

—¿Entonces para qué coño os salve? —dijo con molestia—. Si las lleve a refugiarse, es porque Guix nos descansara hasta verlas muertas. Es un suicido lo que están haciendo.

—Entiendo que quieras protegernos, enserio —respondió María—. Pero tengo que encontrar a Marta, tengo que luchar por Alba. Tienes que entender que tenemos las mismas ganas de acabar con todo esto que tú, y para eso, necesitas ayuda.

La líder se volteó para suspirar y frotarse el rostro con frustración. Se notaba el cabreo en sus gestos.

—Además, sois cuatro —aportó Natalia—. No importa lo mucho que quieran protegernos, necesitan refuerzos.

—¡Tendrían que haberse quedado allí, ostia! —exclamó con frustración—. ¡Yo soy la líder aquí!

—Ana... —Natalia suspiró—. Sé que se lo debes a Alba —sonrió con tristeza ante el recuerdo—, pero créeme, que nosotras se lo debemos más a ella.

Villa Triunfo | OT2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora