XXXIX. Occiso

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10:34 am

Una cabellera rubia salía del baño con el ceño fruncido y una mueca de evidente dolor en su rostro. Su herida parecía no darle tregua, hasta llegó a pensar que le dolería por siempre. Se sentó a duras penas sobre la cama y gruñó.

—¿Cómo ha estado tu baño? —preguntó Sabela con una sonrisa amable.

—De puta madre —sonrió falsamente.

Sabela rodó los ojos ante el sarcasmo de María y sacó el equipamiento para cambiarle el vendaje a la herida de su compañera.

—¿Aún te sigue doliendo? —Su rostro se tornó preocupado.

—Ni te imaginas —Suspiró—. Encima el agua salía súper sucia, te aseguro que hasta me la infecté.

—No seas exagerada, Mari.

—Que es cierto, tía. El agua estaba marrón, lo único que falta es que contaminen el agua y nos maten a todas.

—Debe ser por la suciedad del tanque, tontina.

Mientras ambas conversaban, Sabela le desinfectó la herida y se la volvió a vendar. Le charlaba para distraerla un poquito y para así dejar al dolor en segundo plano.

—Gracias, cariño.

—No es nada, Mari —terminó de colocarle el vendaje y dejó pequeñas caricias en el dorso de su mano—. Ah, ahora que me acuerdo, Natalia quería hablar contigo.

El rostro de María lucía desconcertado por unos segundos.

—¿Natalia? ¿O sea Natalia?

—La misma.

—Bua, qué raro. Las pocas veces que hablamos nos llevamos fatal.

—Bueno, pero ahora es un contexto diferente, María —comenzó—. Tenemos que estar todas unidas. Además, la pobre debe estar afectada después de enterarse todo.

—Si no hubiera sido una gilipollas y hubiese escuchado antes...

—¡María! —le reprochó.

—Ya, ya. Lo sé, tienes razón

—Ve a verla —le ordenó—. Y compórtate.

—Ya, ya, mamá.

Poco tardó María en salir en busca de Natalia. Caminaba coja, ya que hacerlo le causaba un ingrato dolor. Sin embargo, a pesar del pedido de Marta y Sabela, decidió inclinarse por una rápida recuperación y salir a andar sabiendo aguantar el dolor. No tenía tiempo para la rehabilitación.

—Sabela dijo que querías verme.

María encontró a Natalia en la capilla, para su sorpresa. Se encontraba sentada en uno de los bancos de la Iglesia y tenía el rostro escondido en sus manos. Al escuchar a la recién llegada, la morena se recompuso rápidamente y miró hacia la entrada.

—S-sí —Titubeó—. Siéntate, por favor.

La rubia hizo lo pedido, y al sentarse a su lado, pudo ver el rostro fatigado y angustiado de la más alta.

—Te he buscado por todas partes. Nunca pensé que estarías aquí, no tienes pinta de rezar.

La morena se encogió de hombros y miró al frente soltando un suspiro.

—Lo hago cuando necesito un milagro —Confesó—. Vine aquí cuando le dispararon a Alba, ahora lo necesito nuevamente.

María asintió con una expresión apenada. Entendía perfectamente a su compañera, sólo que ella nunca se hubiera subordinado a la religión, ni para un caso como aquel.

Villa Triunfo | OT2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora