El desasosiego se hacía presente en su cuerpo anulando cualquier otra emoción que intentase manifestarse. Las manos le temblaban, la frente le transpiraba y sus piernas no podían permanecer quietas. Su corazón latía tan fuerte que temía que le iba a desprender del cuerpo. Ocho horas. Había pasado un tercio de día sin poder comunicarse con sus compañeras. Toda la noche lo estuvo intentando desesperadamente, pero la radio parecía haber perdido la conexión por completo. ¿Cómo iba a advertirles ahora? ¿Cómo iba a contarles la verdad sobre el asesino? Estaban en peligro, más de lo que creían, y la única forma de salvarlas, era volviendo allí.
Una punzada de dolor en su pecho le sacó de todos sus pensamientos, tuvo que aferrarse a la camiseta que recubría su torso para intentar aliviar la presión. De sus labios se escapó un profundo gemido de dolor, que no tardó de captar la atención de una de las fugitivas.
—Alba, tía. ¿Te encuentras bien?
Amaia, la castaña con rostro pacífico y mirada dulce, se acercó con una expresión de consternación absoluta. La mujer la había cuidado toda la noche. No la había agobiado, ni molestado con preguntas demás, simplemente había estado a su disposición y cada un par de horas venía a comprobar su estado.
Al notar su expresión de dolor absoluto, la castaña se arrodilló frente a ella y posó una mano sobre la suya que adornaba su pecho.
—¿Te duele? —preguntó preocupada, Alba sólo pudo asentir—. Vale, tranquila, debe ser el estrés, es normal. Estás muy preocupada por tus amigas.
Pero el dolor en su pecho se volvió cada vez más agudo, su corazón latía cada vez con más fuerza, tanto que sentía que iba a explotar. Su caja torácica comenzaba a tomar calor. Aquel dolor infernal era lo más cercano que sintió a la muerte, y eso que estuvo en varias situaciones de riesgo. Un grito desgarrador se escapó de su garganta y terminó asustando a la mujer que tenía delante. En ese momento, Amaia supo que la situación era más grave de lo que pensaba.
La castaña no tardó en ayudarla a recostarse sobre los cojines del sofá. Para ese entonces, el cuerpo de Alba temblaba y escalofríos helados le atacaban toda su anatomía. Amaia intentó levantarse, pero Alba, instintivamente, se aferró con fuerza a su mano y la retuvo.
—Creo que me estoy muriendo —murmuró, con los entrecerrados y la frente empapada en sudor.
Amaia negó con una sonrisa apenada y le peinó el flequillo, despejando los cabellos mojados de su frente.
—Bua. Estarás bien, sólo déjame que ya vuelvo. Voy a curarte.
Alba asintió, confiando en los ojos dulces de la castaña y aflojó su agarre sobre ella.
Escuchó pasos a lo lejos, cosas moviéndose. No supo cuanto tiempo pasó, pero hizo lo posible para permanecer despierta.
Amaia volvió luego con una tacita de té que emanaba humo, no tardó en volver a su lado y acercarle el contenido a la boca mientras le sostenía suavemente la cabeza.
—Es medicina, toma, por favor.
La rubia, cegada por el dolor, hizo lo que la cocinera le pidió, bebiéndose todo el contenido de una. Cuando terminó, recostó su cabeza contra el almohadón y suspiró. Se sintió desfallecer lentamente.
Despertó tiempo después, no recordaba haberse dormido. El pecho aún le dolía, pero aquel infierno que había vivido ya se había apagado. Abrió sus ojos, sintiendo la extraña sensación de ser observada a lo lejos, y cuando lo hizo, pudo divisar los ojos de Amaia mirarla embobadísima.
—Bua, tía, es que eres guapísima.
Alba se atragantó con su propia saliva al escuchar eso y su pecho dolió al toser. Enseguida, la sangre se le subió al rostro y sus orejas se tiñeron de rojo.
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Villa Triunfo | OT2018
HorrorCuando una serie de asesinatos masivos sacude al pueblo de Villa Triunfo, dieciséis de sus jóvenes habitantes son llevados a un pequeño campamento de resistencia con la promesa de sobrevivir. Sin embargo, no están tan a salvo como ellos pensaban. Só...