XLIII. Siniestro

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Sintió la puerta abrirse de repente y unos pasos caminar por toda la habitación, todo era lejano, todavía estaba en el limbo entre la realidad y el sueño. El sonido de la persiana abrirse y la luz entrando en una ráfaga la hicieron gruñir.

—¡Natalia! ¡Despierta que es tarde!

Escuchó la voz de Julia a lo lejos y la ignoró.

—¡Nataliaaa!

La mujer se acercó y la comenzó a zarandear, obligándola a abrir los ojos. Lo primero que vio fue la cara de su mejor amiga, cruzada de brazos.

—Déjame dormir, tía.

—No, Natalia. ¿Acaso te olvidaste lo de hoy?

—¿El qué? —bostezó.

—El almuerzo, tía. ¡Que es domingo!

—Joder —suspiró.

La morena se levantó rápidamente, como si se hubiese acordado de repente. Corrió hacia el armario y se puso la ropa más presentable.

—Siempre lo mismo contigo. Pobre la niña.

—No me jodas, Julia, que ayer trabajé hasta tarde.

Ambas caminaron hacia el salón principal de la casa, abandonando la habitación. Ni bien llegar, un agradable aroma inundó sus fosas nasales.

—¿Estás cocinando ya?

—Pues claro, te dije ayer que venía temprano para hacerlo. Tienes la cabeza en otro lado.

Natalia se sentó en la mesa principal del salón y se pasó las manos por el cabello, suspirando.

—Lo siento, ¿vale? Es que últimamente, no lo sé, no estoy durmiendo bien.

—¿Sigues teniendo pesadillas? —preguntó Julia, abriendo el horno para controlar su plato.

—Sí —se removió el septum nerviosa—. El mismo puto campamento, tía. No deja de atormentarme. Ayer, soñé... Que se moría ella.

—¿Ella quién?

—Ya sabes quién.

—Eh, no.

—Alba, tía.

Las cejas de Julia se fruncieron.

—¿Quién es Alba?

Natalia abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo, un pequeño torbellino rubio apareció corriendo por el salón. Enseguida, una sonrisa gigante se formó en el rostro de las dos mujeres.

—¡Mamiii!

La pequeña se abalanzó sobre Natalia con una sonrisa risueña. La morena la recibió con cariño, intentando no cohibirse ante la información.

—Hola, bebé. ¿Cómo estás? —preguntó Natalia, besando su moflete.

—Bien, mami. ¡Jugando con la muñeca que me regaló la tía!

—Me alegro, Oli. ¿Por qué no sigues jugando hasta que lleguen los demás?

—¡Vale!

La pequeña rubia se alejó correteando hasta el patio. Natalia la observó con una sonrisa enternecida. Su pequeña era todo un amor.

—Cada día está más grande, eh. Y más parecida a su otra madre —dijo Julia, siguiendo con la comida.

—Ya ves, es mi pequeña.

Julia continuó con el almuerzo, Natalia la ayudó en lo que era posible. Llegando el mediodía, el primer timbre sonó, anunciando la llegada de sus invitados. La morena se apresuró a abrir.

Villa Triunfo | OT2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora