Las típicas risas de lo más alto del salón opacaban la voz del profesor Ross, quién hablaba para las escasas personas que de verdad le ponían atención a su clase.
Louis escuchaba atentamente.
Literatura era una de sus clases preferidas, aunque la mayoría de sus compañeros lo tomaba como una hora de siesta. En cambio, él disfrutaba del arte de las palabras, de los sutiles sentimientos de todos aquellos filósofos. Encontraba interesante como había diferentes puntos de vista para las cosas más simples, y como las cosas más complejas eran simplemente relativas.
Sintió como un avión de papel impactaba contra su cabeza y se enredaba en su cabello. Él lo quitó con un poco de rabia y volteó sobre su hombro, mirando a los chicos sentados más arriba.
Se encontró con unos ojos esmeraldas. Y de repente sintió como si las palabras de aquellos filósofos no fueran nada, comparadas con lo que él podría escribir acerca de ellos y el sufrimiento que llevaban dentro.
Harry le sostuvo la mirada por unos escasos tres segundos.
Pero había sido suficiente para hacerle bajar la guardia. Había dejado de reír en cuanto chocó con los ojos azules. Y sabía que él sabía más de lo que debería. Sabía que Louis conocía sus secretos, lo presentía. Louis había estado es sus zapatos, conocía de esto. Y Harry tenía miedo. Miedo de que eso le pueda ser usado en contra. Miedo de que Louis se encargara de destruir esa fachada de chico malo.
Louis, sin demostrar sus sentimientos interiores, volvió la mirada enfrente, justo cuando el profesor Ross dijo aquellas palabras que serían el nacimiento de una de las ideas más locas que se le hubieran podido ocurrir al oji-azul.
—Las palabras son el arma más poderosa que tenemos. Una palabra puede evitar la guerra; puede ser la diferencia entre amor y desamor; entre vida y muerte; entre felicidad y tristeza. Y, aunque muchas veces nos digan lo contrario, una palabra puede cambiar el mundo. O, en el más especial de los casos, puede cambiar el mundo para una persona. Todo depende de cómo las utilicen, todo dependen de lo que digan, de lo que callen. Una palabra hiere más que una espada, y alimenta más que la comida. Las palabras son el reflejo del alma. Sepan usarlas correctamente. Sepan apreciar su valor.
El timbre que marcaba el final del segundo periodo sonó. Y todos comenzaron a levantarse, la mayoría, haciendo caso omiso a las últimas palabras del profesor Ross. Para Louis, esas fueron las palabras que lo convencieron definitivamente:
—Y, por último, un consejo: cuídense de las personas que escriben. Tienen el poder de enamorarlos sin si quiera tocarlos.
Louis estaba seguro de que había cavando su tumba.
Las palabras de su profesor le quedaron grabadas en su cabeza por el resto del día. Había hecho muchas interpretaciones acerca de esas palabras, y todas llegaban a la misma conclusión: él necesitaba un amigo. Necesitaba alguien a quién hablarle sobre sus sentimientos y sobre la mierda que llevaba en el interior, sobre las cosas que había estado observado en las últimas semanas, sobre su nueva experiencia estando del otro lado, sobre las nuevas perspectivas que se habían abierto ante él.
La pluma podía ser su mejor amiga en este momento.
Las palabras podían llegar a ser muy reconfortantes.
Louis sabía que llegaba un momento en la vida en la que no tienes a nadie, (o quizás así es desde el principio), y en ese momento Louis estaba solo en el mundo, solo con una pluma y papel. Necesitaba desahogarse de alguna manera. Necesitaba escribir.
¿Era bueno escribiendo? ¿Era buen poeta, o filosofo? La verdad era que eso poco le importaba. No importaba si no podía ordenar bien las palabras, no importaba. Lo único que importaba era que esos sentimientos eran verdaderos.
Escribir. Escribir. Escribir. Todo iba bien hasta ahí. Pero en el momento en el que decidió que no tenía sentido escribir para alguien que no te leerá, ahí es cuando la locura comenzó.
Escribió una carta. Sólo una. Nada de borrador, nada premeditado. Louis sabía que si lo pensaba demasiado, se arrepentiría, y no quería eso. Quería por una vez en su vida atreverse a hacer una locura.
Mandarle cartas a Harry Styles que hablaban de sentimientos definitivamente era una locura, y de las gordas. Si él llegaba a descubrir que era Louis el que escribía…ni si quiera quería imaginarlo.
En el momento en que hubo metido la carta a hurtadillas en su casillero, supo que no había vuelta atrás. Se estaba comportando como una colegiala, y eso era divertido, pero vergonzoso.
Ni si quiera él era inmune a los encantos de los ojos esmeraldas.
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Smile for me - Larry Stylinson
FanfictionDicen que cuando estás a punto de morir, tu vida pasa frente a tus ojos como una película...