Capítulo XVI: El laberinto de CRETA

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― Tu obsesión va a acabar contigo, Demeter.

La diosa observó las cristalinas aguas de la isla de Creta. La tierra era yerma en esa zona. No había nada que pudiese alterarla salvo el agua del mar.

― Esa joven... Mientras siga ignorando su fuerza, nada ni nadie, ni siquiera ella misma, podrá controlarla. Es un peligro, lo fue hace siglos y lo sigue siendo ahora ―le dijo Demeter a Poseidón.

El dios de los mares, o el que fue antes de que el hijo de Océano terminara con su existencia divina, había llegado junto a la diosa de la primavera por casualidad. Había estado tan cerca. Pisínoe y Océano estaban allí, delante de él. Pero los siglos y las consecuencias de sus obsesiones habían hecho de él un condenado precavido. Sabía que Demeter le había ocultado algo importante. Y que estuviese tan dispuesta a que él tomara venganza era señal de que le daba igual lo que él hiciese. Ella tenía otros planes.

Así que, a pesar de sus objetivos, no se había cegado con ellos. En realidad, había avanzado hacia la pareja solo para ver lo que Demeter hacía en su ausencia. Y lo vio. La joven a la que llamaban Astrid emitía luz, chispas, energía pura. Esa joven no era humana. No exactamente. Si bien era cierto que había nacido como tal, estaba claro que era solo una máscara. Igual que la que él llevaba. Esa joven llevaba consigo una maldición. O una protección. No importaba demasiado, porque ambas tenían el mismo fin; ser invisible para el resto del universo.

Percibió la intención de Demeter al coger el Aión, y supo lo que debía hacer. Se alejó de la pareja y corrió para llegar lo más cerca que pudo de los dioses. No lo había entendido en Atenas, pero sí lo comprendió en Nauplia. La brecha temporal estaba inactiva, nunca la habían podido atravesar. La diferencia era ella. Esa joven había abierto la brecha, y estaba a punto de volverlo a hacer.

Cuando llegaron a ese extraño pasado que Demeter había esperado que fuese el que ella deseaba ―el momento que Hades abrió la tierra y se llevó a su hija―, se enfureció al verlo allí también.

En el tiempo que había estado en el plano humano había aprendido ciertas cosas. Y una de ellas le había servido muchas veces de ventaja. Conocer a la gente era vital. Si sabía cómo eran, podía predecir cómo iban a actuar con él. Porque todo el mundo cree que el prójimo piensa que los demás actuarán del mismo modo que ellos actuarían.

― Cree el ladrón que todos son de su misma condición ―le había dicho a Demeter―. Un pequeño regalo de los humanos.

Y era cierto. Demeter estaba obsesionada, así que creía que él no se fijaría en lo que estaba haciendo en su empeño por matar a Océano. Y por eso sabía también que debía actuar de un modo distinto.

Por ello, Demeter había tenido que confesar. La joven a quien llamaban Astrid era un alma antigua. La había visto en el pasado. Era la ninfa, la oceánide que había engañado a Abiehel. La que se había hecho pasar por Persephone. La que había decapitado y mandado al Tartaro.

Clío, se había hecho llamar.

Por alguna razón, su hija, reina del inframundo, esposa de Hades, había hecho que fuera perdonada del único modo que fue capaz. Enviando su alma a otro cuerpo.

El motivo debió ser por venganza, pensó Demeter. Su hija quería desquitarse por querer pasar con ella un poco de tiempo. ¿Acaso era tanto pedir? Era su madre. Amaba a su hija, y ella la había amado. ¿Por qué quería alejarla de su lado? ¿Por qué prefería permanece junto a ese secuestrador que se la había arrebatado? Maldecía ese día, ese instante, esa libertad que le ofreció de pasearse por el prado florecido. Debería haberla vigilado mejor. Debería...

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora