Capítulo IX: Atenas

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Hermes miró su reloj, algo que nunca creyó que fuera a necesitar, por sexta vez en la última hora. Le habían hecho preguntas que no supo muy bien cómo contestar. Y ahora estaba allí, sentado en una silla muy incómoda, solo en esa dichosa sala de espejo.

Llevaba tres horas en ese lugar, y nunca había sentido tanto el paso del tiempo como en esos momentos.

― Vaya, qué acogedor.

Hermes alzó los ojos de la mesa donde reposaban sus manos en cuanto reconoció la voz. Se levantó de un salto, desplazando la silla con un chirrido ensordecedor.

― Hijo de...

― Sht ―lo calló con un dedo sobre los labios―. A no ser que prefieras ir al psiquiátrico en lugar de a la trena, mejor tranquilízate y no hables. Nadie más que tú puede verme, Herm.

Hermes cerró los ojos un instante, considerando por un momento la opción del asesinato. Por el contrario, respiró y se obligó a sentarse de nuevo. Ares, delante de él, esbozó una sonrisa.

― Así me gusta, obediente como siempre.

A Ares le pareció muy divertido el gruñido que Hermes le dedicó ante el comentario.

―Imagino que debes estar muy enfadado ―prosiguió. La mirada de Hermes confirmó sus palabras―. Créeme, lo entiendo. Casi tan enfadado como yo estuve al ser desterrado la primera vez. ¿Te acuerdas, Herm? ―Hermes alzó una ceja―. ¿No? Qué curioso, porque juraría que estabas presente cuando mi madre me acusó de haber mancillado a una de sus esclavas que, casualmente, habían sido trasladadas hacía poco al templo de la zorra traidora.

Hermes alzó una ceja ante el comentario.

― ¿Con zorra traidora te refieres a Afrodita? ―dijo ocultando su boca con su mano en una posición casual sobre la mesa.

― ¿Acaso hay otra zorra traidora? ―Hermes esbozó una sonrisa. Ares lo ignoró―. Supongo que recuerdas lo que pasó después. Fuiste a comunicárselo a Zeus, y él, por no oír a su esposa, decidió desterrarme.

― Bueno, no has demostrado que estuviéramos equivocados, ¿no?

Ares lo fulminó con sus ojos bicolor encendidos por la rabia. Hermes reparó entonces en ello.

― ¿Qué les ha pasado a tus ojos?

Ares chasqueó la lengua.

― Kayros ―dijo con simpleza―. Una especie de recordatorio. Unas cadenas, o algo así.

― ¿En los ojos?

― En mi interior, palurdo ―lo corrigió con desdén―. Es el modo sutil que tiene Kayros de decir que estoy a medio camino de ser un humano mediocre como tú. ―Ares miró en derredor con cierto interés―. Imagino que te arrepientes de haber hecho ese trato con él, ¿a que sí?

Hermes lo sorprendió al contestar.

― Por raro que pueda parecer, no. No me arrepiento.

Ares se volvió para mirarlo, conteniendo las ganas de matarlo.

― Por qué ―exigió.

― No me parece justo ―admitió encogiéndose de hombros, como si no tuviera más importancia. Ares gruñó para sí al comprender que, para él, sí la tenía.

― ¿Y qué hay de las veces anteriores? ¿Qué hay de la primera?

― Las anteriores lo merecías, reconócelo. Y la primera... Estaba equivocado. Y lo siento mucho por ello. En ese entonces, estaba equivocado en muchas cosas. En Hera, en mí mismo, en Zeus, en la humanidad. Creo que sobre todo en la humanidad. Y por lo visto, también con respecto a ti.

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora