La oscuridad inundaba su camino. Intentaba abrir los ojos tanto como podía, como si con ello pudiese ver algo en la espesura negra. Había alzado los brazos, palpando la superficie de las estrechas paredes con tal de no chocarse con alguna. Y avanzaba a pasos cortos y lentos.
Astrid se dijo que, si Ares tenía razón y para llegar al CAOS tenía que perderse, debería haber llegado ya.
No.
En realidad, no era cierto. No estaba perdida, estaba asustada. Por mucho que lo uno pueda llevar a lo otro, ella todavía sabía dónde estaba. Todavía sabía que estaba dentro del laberinto.
La oscuridad seguía invalidando sus sentidos. Incluso parecía que sus oídos tampoco podían escuchar. Ni siquiera el sonido de sus propios pasos al caminar. Nada.
Pensó que se había equivocado. Que había sido una estúpida por creer que hacía lo correcto. Debería haber seguido a Apolo, en lugar de creer en Ares a ciegas. Y nunca mejor dicho, pensó mientras palpaba otra rocosa pared.
No lo entendía. ¿Por qué, de entre toda la gente del mundo, había decidido que Ares era merecedor de su confianza? No era un dios conocido por ella. De hecho, era tachado continuamente de traidor, oportunista y cruel. ¿Qué diablos le pasaba?
No le gustaba, pero hacía tiempo que no confiaba en nadie. Y al parecer, la primera vez que resultaba no ser así era con alguien en quien nadie confiaba.
Quizás esa era la diferencia. Raúl, su ex, había sido un chico de confianza. Todos confiaban en él. Y resultó ser un lobo con piel de cordero. Ares, por el contrario, era un lobo con piel de lobo. No pretendía ocultar a nadie qué era. Un dios, el dios de la guerra. No ocultaba sus traiciones, ni sus destierros. Quizás confiaba en él porque todo lo malo que había hecho lo decía sin tapujos. No había más cosas malas que ocultar, porque todo ya estaba al descubierto.
Aunque, no todo.
Era eso, pensó Astrid. Era eso lo que lo hacía diferente. No ocultaba lo malo, ocultaba lo bueno. Porque todo el mundo había dado por hecho que era un dios cruel, sarcástico y sin sentimientos. Así que no se esforzaba por pretender lo contrario. Estaba acostumbrado a que todo el mundo lo juzgase por lo que era, así que no se molestaba en cambiar su opinión.
Astrid lo sabía. Cuando la gente se hace una idea de ti, es muy difícil cambiar su opinión. Durante su infancia, se había sentido abandonada. De un modo que su hermano Eloy no comprendía del todo. Sabía que se sentía rechazada, pero no comprendía hasta que punto. Por ello, se había acostumbrado a protegerla, estar pendiente de ella. Su hermano era el único en su familia que se preocupaba. Y aún así, aunque lo quería un montón, siempre había hecho por ella las cosas que debía hacer por sí misma. Como pedirle a su padre que la dejara quedarse con él en casa. O como cuando se enfrentó a Raúl en su lugar. Eloy estaba acostumbrado a que fuese su hermana pequeña, la que se siente rechazada, la que necesita a su familia, la que llora a solas en su habitación para que nadie la vea, la que intenta aferrarse a su hermano con tal de no perder a su familia para siempre.
Así que, cuando pasaron los años, Eloy no veía a la joven que vivía sola, trabajaba y se enfrentaba a su futuro pese al miedo. Eloy seguía viendo a esa niña asustada que necesitaba su ayuda para conservar un poco de la relación que nunca tuvo con su madre. Fingiendo que la razón por la que se reunían era para conocer a su sobrina y a su cuñada.
Mientras los recuerdos le quemaban en la garganta, Astrid vio un destello de luz a su derecha. La oscuridad de la cueva empezaba a transformarse. Y a medida que avanzaba, el paisaje se definía más y más.
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Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)
FantasyNo se puede jugar con el tiempo. Aunque puedas hacerlo y esté en tu poder. Con un reloj marcando la cuenta atrás de su eternidad, Ares, dios de la guerra, debe cerrar las brechas temporales creadas por el elixir Aión que ha usado para viajar a travé...