Capítulo XXIX: Donde empezó, termina

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Horas antes, Inframundo

El lugar al que había llegado Astrid le era tan familiar que no pudo evitar el escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Al llegar al CAOS, su madre le devolvió unos recuerdos que había olvidado, pero todavía era difícil encajar todas las piezas. No era la misma que nació en el CAOS, su cuerpo había cambiado y la divinidad de Ares consiguió que recuperara lo que en su día fue; una diosa. Aunque a un precio demasiado alto.

Kayros, a su lado, reculó unos pasos en cuanto sus pies tocaron de nuevo el suelo. Estaba a punto de decir algo, cuando alguien los interrumpió.

Todo regresa donde todo empezó. No podía ser de otro modo.

Astrid y Kayros se dieron la vuelta para ver a una mujer bajando unas escaleras de piedra estrechas y altas. Estaba acompañada de un hombre alto e imponente. Oscuro. No eran necesarias las presentaciones, en cuanto Astrid los vio, supo quiénes eran.

― Persephone, Hades ―dijo con seguridad. La diosa reina del inframundo esbozó una cándida sonrisa.

― Disculpa a mi marido, a veces sus sentimientos hacen que cometa estupideces―dijo Persephone llegando al final de las escaleras. Hades refunfuñó a su espalda―. No protestes, mi amor. Sabes que tengo razón. El tema de mi madre siempre ha sido tu talón de Aquiles.

― Me parece una grosería que utilices esa frase otra vez, princesa ―la regañó. Ella lo miró con una sonrisa ladeada.

― Al menos no lo he hecho delante de él.

― Esta vez. ¿Recuerdas la última vez que fuiste a los campos Elíseos? Te pasaste de la raya con el pobre muchacho ―señaló Hades. Persephone hizo un mohín.

― Si no recuerdo mal, tú también te reíste ―Hades encerró a su mujer en un abrazo.

― Que tuviera gracia no quita que no te pasaras de la raya.

Persephone lo apartó con una mano y se dirigió de nuevo a sus dos invitados. Ambos con el rostro perplejo después de presenciar la conversación de los reyes del inframundo.

― Al parecer mi esposo hizo un trato con Poseidón para que te mataran, pequeña ―aclaró. Kayros frunció el ceño―. El rey del inframundo debería saber de sobras que no se puede confiar en mi madre. Por suerte, tengo entendido que no va a volver a molestarnos.

― No ha sido gracias a vosotros, pero sí. Esa mujer no volverá ―dijo Kayros con frialdad. Astrid avanzó entonces unos pasos.

― No importa lo que pasara. Entiendo lo que alguien está dispuesto a hacer por amor. ―Luego miró a su padre―. Todos lo sabemos. ―Kayros fue incapaz de protestar. Ambos sabían lo que él mismo hizo por ese motivo. Y aunque podría haberse sentido atacado, en realidad sintió orgullo. Esa jovencita, su hija, era digna hija de dos dioses tan antiguos como ellos―. Estuve aquí hace siglos. Tú madre me mató, ¿verdad Persephone?

La diosa asintió.

― Lo vio. Vio lo que eras. Después de todo lo que hizo, sé que pudo verlo al matarte. Y también lo vio cuando te encontró en tu cuerpo humano ―aseguró Persphone―. Creía que esa capacidad venía de Zeus, mi padre, pero no. Siempre vino de mi madre. Y gracias a eso pude salvarte. Y con ello salvarnos a todos. El tiempo no puede morir.

Pues la muerte no tiene tiempo. Si moría, si el tiempo moría, el mundo dejaba de existir. Por eso me salvaste. Eso fue lo que viste al tocarme. Viste quién soy.

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora