Capítulo XXIII: Puzles

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Los pasadizos del laberinto estaban llenos de cavernas pequeñas y grandes medio sumergidas en agua. Estalactitas y estalagmitas dificultaban el paso, como una boca de puntiagudos dientes húmedos. El techo permanecía iluminado con un tono azul turquesa que desprendía la piedra, dando el mismo tono al agua cristalina.

Tanto Ares como Astrid decidieron avanzar un poco más por el laberinto, alejándose lo máximo posible del agua contaminada de la gorgona. Se decidieron, por fin, por una caverna más pequeña, donde el agua les cubría hasta la cintura. Astrid se sentó en el borde del agua, sobre una piedra erosionada muy lisa. Se había quitado los zapatos, que apenas seguían enteros. Ennegrecidos por la sangre de la gorgona, intentó limpiarlos un poco en el agua cristalina que se acumulaba en un pequeño charco independiente. Ares había decidido sumergirse en el agua todo entero. Astrid apenas lo miró, consciente de que se habría quitado toda la ropa sin siquiera decir una sola palabra. Se concentró en los zapatos mientras movía los dedos de los pies en el agua limpia.

― Esto es la leche.

Astrid se atrevió a mirarlo de reojo. Se encontraba a pocos metros de ella. Ni siquiera la estaba mirando, sus ojos estaban cerrados, y mantenía todo su cuerpo bajo el agua. A esa distancia, por suerte para ella, o tal vez por desgracia, no podía ver más allá de su rostro ahora más limpio que minutos antes. Ella debería hacer lo mismo. Estaba sucia, y tenía sangre en sitios que prefería no pensar. Pero para ello tendría que desnudarse. Y aunque ella había apartado la mirada cuando Ares hizo lo propio, dudaba mucho que él fuera a hacer lo mismo.

― Déjame adivinar, no vas a bañarte a menos que te prometa que no voy a mirar ―Astrid frotó los zapatos con mayor insistencia―. Te ahorraré la faena. No prometo nunca nada que sé que no voy ni a intentar cumplir. Así que, no te esfuerces.

Astrid se detuvo. Miró los zapatos. Sí, probablemente era tan inútil limpiarlos como hablar con Ares.

Dejó los zapatos, se dio la vuelta, y pese a que ahora Ares se había incorporado un poco más, no retiró la mirada. Ares alzó una ceja, como si intentara adivinar sus intenciones, y una vez más, lo dejó con la boca abierta. Literalmente.

Astrid terminó de meter los pies en el agua, y cuando esta la cubrió hasta las caderas, deshizo el cordón que sujetaba la túnica a su cintura. Empezó a desprenderse de la tela sucia, dándose la vuelta hacia el lugar donde el charco mantenía los zapatos en remojo. Se pasó la tela por encima de la cabeza y la tiró junto a los zapatos sucios. El agua del charco se volvió más oscura.

Todavía de espaldas a Ares, removió sus cabellos con ambas manos para separar los mechones, y en cuanto quedaron esparcidos por su espalda, se sumergió en el agua hasta que su cabeza dejó de estar en la superficie. El agua no estaba caliente, pero tampoco fría. Y aunque hubiese estado congelada, no habría tardado tanto en meterse como era habitual en ella.

Volvió a remover el pelo bajo el agua, deshaciéndose de la sangre acumulada, y segundos más tarde, emergió retirando todo el pelo de la cara y limpiando su rostro al mismo tiempo.

Con el agua cubriéndola hasta la base de los pechos, se volvió parcialmente hacia Ares, mirándolo por encima del hombro. No pudo evitar una sonrisa satisfecha cuando vio su rostro perplejo. Su boca abierta, sus ojos atentos, incrédulos, no se había perdido detalle de su maniobra. Había conseguido volver a ser ella misma. Descarada, imprevisible.

― No pensaba pedírtelo, sabía que no ibas a prometerme eso. O tal vez habrías prometido algo que pareciese ser lo que te pedía, pero sin serlo. Ese vacío legal que te encanta utilizar.

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora