Esos ojos enormes habrían sido la pesadilla de cualquiera durante el resto de sus días. Los vería cada vez que cerrara los ojos, persiguiendo sus pensamientos día tras día. Pero Astrid solo los vio unos instantes. De un momento a otro, Ares la había sujetado y transportado hacia la otra punta de la caverna donde se encontraban. A un saliente de roca, fuera del agua. Y en apenas unos segundos después, había vuelto a desaparecer para quedar frente a la gorgona. Una de ellas.
Astrid la vio desde el lugar donde estaba con los ojos abiertos de terror. Decir que era grande sería un eufemismo. No. La gorgona no era grande, era colosal, gigantesca, grotesca y monstruosa. Su rostro estaba esculpido, un rostro permanentemente contraído por la ira. Sus ojos brillantes eran fuego líquido, y la pupila alargada definía su alma de reptil. Por sus labios negros como un agujero en el universo, se deslizaba una viperina lengua violeta. Sus brazos eran columnas fuertes terminados en uñas afiladas. La viscosa piel ascendía hasta rozar los pechos. Y aunque su cuerpo se perdía a la altura de las caderas por la superficie del agua, Astrid sabía que la mitad inferior era la de una serpiente.
La gorgona la había estado observando a ella, pero Ares se había interpuesto. Era él quien tenía la intención de enfrentarse a ese ser colosal, y se lo recordó atacando con una sonrisa en el rostro que prometía dolor, sangre y muerte. El rostro del dios de la guerra.
― Aparta de mi camino, gusano olímpico ―siseó la triple voz serpenteante de la gorgona. Ares amplió la escalofriante sonrisa.
― Me encanta que todos tengáis tan claro que pertenezco al Olimpo. Esto tiene que ser una señal por cojones.
Astrid habría puesto los ojos en blanco si no fuera porque Ares se estaba enfrentando a un ser legendario que tenía más siglos que el propio mundo. Su capacidad para quitarle importancia a lo que de verdad la tiene era un don, sin duda alguna.
― Eres Ares, el dios desterrado ―añadió la gorgona, ahora evaluándolo a consciencia―. No perteneces a este tiempo, pero aquí... aquí eso no existe. No hay tiempo en el laberinto.
Ares alzó una espada, había localizado una pequeña roca sumergida que le daba la opción de mantenerse en pie y metido en el agua solo de cintura para abajo. Astrid, desde su posición, podía ver más rocas alrededor de la que él usaba. Como unas escaleras que descendían desde las paredes hasta el centro de la caverna.
Desde donde estaba, Astrid podía ver a la perfección toda la amplitud del lugar. Era tan inmenso que seguramente tardaría una hora entera en dar una vuelta completa al perímetro. No quería ni pensar la altura y profundidad que debía tener. ¿De dónde había venido la gorgona? No parecía que tuviera problemas con el agua. Y aunque no dudaba que Ares era bueno en la lucha, no tenía muy claro si el campo de batalla era el más adecuado para enfrentarse a un ser legendario.
Astrid se vio obligada a apoyarse en la pared de piedras brillantes cuando la gorgona se movió para atacar al dios que se mantenía firme delante de ella. La inmensidad de su cuerpo inferior rozaba las rocas, retumbando en la caverna y volviendo la superficie algo inestable. A pesar de todo, Ares se mantuvo firme, esquivando su golpe y logrando que retrocediera con el manejo de su espada. No sabía si su condición de dios actual era real o producto del laberinto, del tiempo no existente, como había dicho la gorgona. Pero fuera real o no, Ares combatía con maestría. No se amedrantaba ante los avances de su colosal contrincante. Y había podido transportarla. Al menos, si no era un dios completo aún, no era humano tampoco. Eso era una ventaja.
Al ver la gorgona volver a la posición de ataque, Ares dejó de defender y pasó a atacar también. Usó la espada como una extensión de su brazo, y no se molestó en evitar a la gorgona. Astrid vio como las enormes uñas, como cinco espadas punzantes, se precipitaban hacia Ares, quien solo tenía una espada. Astrid apretó las manos alrededor de las piedras, incapaz de apartar la vista de lo que Ares consiguió hacer a pesar del intentó de la gorgona de evitar el ataque cambiando la mano derecha por la izquierda.
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Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)
FantasyNo se puede jugar con el tiempo. Aunque puedas hacerlo y esté en tu poder. Con un reloj marcando la cuenta atrás de su eternidad, Ares, dios de la guerra, debe cerrar las brechas temporales creadas por el elixir Aión que ha usado para viajar a travé...