La tierra antigua por la que estaban caminando tenía a Apolo inquieto. No deberían estar en ese lugar, pero por algún motivo sabía que nada de lo que estaba sucediendo era por azar.
No.
Ese ser que le había hablado en sueños, ese tal Moros, los guiaba de algún modo. Había algo que se había roto, y debían restaurarlo.
Pero eso no quitaba que estuviese preocupado.
― Bueno, hay que reconocerle el mérito a Dédalo. La entrada sin esos portones tan superguays, pierde mucho.
Apolo ni siquiera se molestó en girarse. Ares había decidido aparecer cuando le apetecía, como siempre hacía, y sin dar explicaciones de la razón de su ausencia hasta ese momento. De todos modos, no era necesario que le preguntara. Sabía dónde había estado; en la pequeña cabaña donde había dejado a una Astrid completamente exhausta. Estaba seguro de que ese poder que no controlaba y no sabía ni que tenía la estaba consumiendo. O quizás se tratase del escudo que seguía llevando lo que la cansaba. Fuese la razón que fuese, después del día que habían pasado, quedó rendida sobre la hierba fresca.
Así que, una vez la había dejado en un lugar tranquilo para que recuperara fuerzas, decidió acercarse a la entrada del laberinto. La puerta no existía, solo era la entrada a una cueva normal y corriente. Tan distinto al que recordaba. En ese punto de la historia ya imaginaba que tendría ese aspecto. Pero, aun así, era chocante. El laberinto era salvaje en ese entonces, muy distinto al que Dédalo rediseñaría siglos después a petición del rey Minos para encerrar al hijo bastardo de su esposa.
― ¿Has estado alguna vez? ―decidió preguntar Apolo. Ares chasqueó la lengua.
― ¡Claro! Fue el destino de mis últimas vacaciones ―dijo con soltura. Apolo enarcó una ceja.
― Creía que tus últimas vacaciones, como tú las llamas, habían sido en las bermudas.
Ares esbozó una enigmática sonrisa. Apolo ni se inmutó. El ex dios de la guerra esperó unos instantes, pero luego recordó que no estaba hablando con Hermes, que siempre se mostraba tan impaciente y se molestaba con facilidad con sus rodeos. Así que pasó de la sonrisa al gruñido frustrado.
― Eres un muermo, cocinitas ―le espetó. Apolo pareció confuso.
― ¿Tiene eso que ver con tu último destierro? Porque la verdad es que no lo termino de entender.
Ares entornó los ojos.
― Mira, te hago un resumen. Al decir que creías que mis últimas vacaciones habían sido en las bermudas, yo he hecho un gesto tipo así ―dijo volviendo a emular el gesto anterior pero mucho más exagerado―. En consecuencia, deberías haber preguntado: ¿Qué sabes? O; ¡Escúpelo! O; ¿Qué no sé y tú sí sabes? Entre todas estas, puedes elegir.
― Si sabes algo que yo no sé, ¿entonces porque no lo dices y ya está? ¿No es más fácil así?
Ares lo miró estoico ante sus palabras. Parpadeó un par de veces antes de cerrarlos unos instantes y suspirar con cansancio.
― Paso ―señaló.
― ¿De qué pasas?
Ares no se giró al escuchar su voz. Apolo, sin embargo, esbozó una sonrisa dirigida a algún lugar detrás de él.
― Astrid, ¿has descansado? ―preguntó con cortesía. Ella pasó por su lado hasta llegar delante de Apolo.
― Sí, gracias. Y lamento que tuvieras que cargar conmigo, otra vez. ―dijo apenada. Apolo, en un gesto descuidado, recolocó un rizo dorado detrás de la oreja de la joven.
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Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)
FantasyNo se puede jugar con el tiempo. Aunque puedas hacerlo y esté en tu poder. Con un reloj marcando la cuenta atrás de su eternidad, Ares, dios de la guerra, debe cerrar las brechas temporales creadas por el elixir Aión que ha usado para viajar a travé...