Capítulo XXVIII: La absolución

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            Kayros se había ido con su divinidad. Jamás, en todos los siglos de su existencia habría creído eso posible, ni tampoco el sentirse aliviado de que, por lo menos, no había hundido a Hermes con él. No quería ser responsable de nada más en el resto de su vida. Porque esa era la verdad, ya no era inmortal. Era humano. Iba a morir, algún día. Todo lo que había temido se estaba haciendo realidad.

Y le daba absolutamente igual.

― ¿Ares?

Sonrió con resignación al reconocer la voz. ¿Por qué? ¿Ni siquiera merecía despedirse?

― Apolo. Vaya sorpresa. Supongo que es todo lo que merezco. No importa que toda mi existencia después de conocerla haya sido una mentira. Al final, esto es lo que de verdad merezco.

El dios no dijo nada. Se había acercado a él en silencio, en ese lugar vacío que ya no pertenecía a ningún espacio temporal. Porque no era necesario que se lo dijeran. Astrid, Aión, se había marchado. Había recuperado su totalidad y la divinidad de él había restaurado la suya. Ahora ya estaba completa, era libre, como Moros había deseado. Como él deseaba que fuera.

― Tenemos que irnos.

Eran tres palabras. Solo tres. Y eran desgarradoras. Eran el final.

― ¿Puedes hacer algo por mí?

Ares no se había levantado del suelo. Seguía de rodillas, con el rostro escondido. Derrotado. Jamás se había sentido tan derrotado. Había vuelto al bosque de las almas perdidas, se había reencontrado con sí mismo y había tirado de nuevo la espada. Porque ese al que se enfrentaba ya no era él. Su reflejo jamás podría volver a copiarle.

― Sé que existen lugares en el mundo humano que los dioses no pueden percibir. Acepto lo que me depara el futuro. Y me da igual ser humano, me da igual todo ya ―susurró con apenas voz―. Pero si tienes que llevarme a algún sitio, que sea uno de esos. No quiero que... ―su voz se apagó, apretó los dientes, como si el solo hecho de pensarlo le resultara muy doloroso―. Que nadie me encuentre.

Apolo lo miró con angustia. Nunca había visto al dios así. Era extraño. Fue tan altivo y tan fuerte. El dios había perdido la guerra, su propia guerra, y todo lo que en su día le había importado, todo lo que le afectaba, se había desvanecido. Por un recuerdo olvidado.

― Si quieres verla... Puedo...

― No.

Apolo abrió los ojos. Estaba sorprendido y nunca pensó que sentiría compasión por Ares, aunque no era solo eso, también se sentía dolido. Habría querido poder ayudarle.

― No se puede remplazar una divinidad. No puedo volver a ser inmortal. Y ella es una diosa. ―Ares ocultó la sonrisa que asomaba a sus labios―. Hace mucho que nos despedimos. Y he cumplido mi promesa inclusos sin recordarla. Gracias a lo que me entregó, la encontré.

<<No cambiaría esos días por nada. Incluso aunque llegara a este punto de nuevo. He luchado, he traicionado durante mucho tiempo solo para conseguir algo que creía desear. No me importa perderlo todo por salvar lo que realmente es importante. Nunca he tenido nada que valiera más que ella, ni siquiera aquello que creía que valoraba más que nada. ¿Inmortalidad? ¿Para qué la quiero si ella desaparece, si todo lo bueno del mundo se corrompe?

― Ella lo recuerda también. No va a abandonarte.

Ares alzó el rostro, Apolo reprimió una exclamación. Quizás eso fuera lo único que lo habría enmudecido. No sus gritos, no su ira. Pero sí sus lágrimas.

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora