4. Chica del ascensor

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Natalia terminó de recitar sus palabras con las manos aun tiritando. La miró de soslayo, sin atreverse. Estará pensando en pedir un taxi, ¿por qué tienes que ser tan rarita, tía? Alba estaba sonriendo incrédula ante la escena. Suspiró, sin saber muy bien cómo reaccionar. Nunca nadie le había dedicado unas palabras tan bonitas, y menos, horas después de haberse conocido. Se puso de rodillas en el sofá hasta quedar a la altura de la cara de su cita. Esta la miró temerosa. Alba agarró su mandíbula con la mano izquierda, haciendo que la mirase a los ojos.

—Eres demasiado—susurró en su boca, absorbiendo el labio inferior de la morena al acabar la frase. A Natalia se le cayó el libro de las manos, y se apresuró a abrazar a la chica, apretando su espalda contra su pecho. Alba sonrió al escuchar el ruido que hacía la libreta al estamparse abierta contra el suelo. Aquella chica era lo más adorable que había visto en su vida. Su torpeza y su timidez la conquistaban por segundos, mientras que Natalia alucinaba: ¿cómo alguien tan sensual y seguro como Alba puede sentirse atraído por mí?

Se separaron después de saborearse durante largo rato, de jugar con sus cabellos y acariciarse las espaldas. Natalia agarró la cintura de Alba con suavidad, sin apenas ejercer fuerza. La chica se mordió el labio ante tal sutileza: ¿de dónde has salido?

Ha estado bien, ¿no? —preguntó insegura Natalia, esbozando una tímida sonrisa a centímetros de ella.

—Muy bien—le respondió, besando su nariz—. ¿Quieres apuntar mi número? Me gustaría volver a verte

—Claro—contestó la chica, sacando con mucha prisa su teléfono.

—Tranquila, tenemos tiempo—rio Alba, dictándole los nueve dígitos. Natalia la guardó como "Chica del ascensor", lo que hizo reír a la rubia—. Muy graciosa.

—¿Vives lejos? —preguntó Nat, intentando rellenar los silencios pre-despedida.

—Sí, bastante. Y es muy tarde... así que me quedaré en casa de Joan. Voy a dejarle un mensaje—informó, señalando hacia abajo y sacando su móvil. La morena respiró aliviada. No tenía que preocuparse por su vuelta a casa, ni en acogerla entre sus sábanas.

Estuvieron un rato más hablando. Necesitaban saber más la de la otra. Cualquier dato era lo suficientemente importante como para alargar la velada unos minutos más. No querían separarse, no querían dejar de conocerse, de gustarse cada vez más. Un gesto nuevo, un tipo de mueca nueva, el movimiento de las manos al hablar. Todos esos detalles se fueron instaurando en sus mentes, grabándose a fuego. La vibración del móvil de Alba las interrumpió. Era Joan.

—Sí, seguimos en la terraza—informó. Natalia desvió la mirada, intentando mantenerse ajena a la conversación, pero le era imposible no escuchar—. Sí, todo bien—sonrió Alba, mirando cómo disimulaba la morena—. Vale, bajo en dos minutos. Vete lavando los dientes. —Esta última frase hizo que Nat carcajease bajito—. ¿Nos estabas oyendo?

—No—cambió el gesto a serio—. Bueno, es que era inevitable.

—Lo sé, tonta. Tengo que irme ya, Joan quiere acostarse—Natalia asintió con la cabeza, frotándose sus manos nerviosas. No sabía muy bien cómo actuar en la despedida. ¿La beso? No, tía. Ya has tenido suficiente. ¿La abrazo? Pero qué eres, ¿su amiga?

Ha sido un placer conocerte—dijo finalmente, levantándose. Alba le devolvió el cumplido y la siguió. Entraron en el ascensor en silencio, mirándose de reojo sin poder evitar sonreírse durante el trayecto. El ascensor paró en el quinto piso, y Natalia la miró con los labios encogidos y con un suspiro habló—te llamo, ¿vale?

—Sí—rio Alba ante la promesa. La morena salió del ascensor, y tapó el sensor con la mano evitando que la puerta se cerrara.

—¿Cuándo sería oportuno que te llamase? —le preguntó, anticipándose al huracán de pensamientos y dudas que le asaltarían durante los próximos días. Quería asegurarse de que actuaba correctamente y no la cagaría ante aquella oportunidad.

—Cuando tú quieras, preciosa—le contestó, haciendo que se quedara de piedra, embobada, mirándola. Se acercó, riéndose de nuevo, y la besó—. Creo que ya puedes dejarme ir.

—Sí—rio Natalia, asumiendo lo estúpida que estaba pareciendo, y separando la mano del sensor, despidiéndose con la otra. Vio como la cara de Alba desaparecía ante sus ojos como un fundido en una película romántica al pasar por delante la puerta del ascensor. Se quedó como una imbécil contemplando el tono plateado de aquel cacharro donde había quedado atrapada con la mujer que había conseguido pararle el pulso más de una vez durante la noche. Tras un rato rememorando la noche, sacó las llaves y entró en su apartamento sabiendo que su vida jamás sería igual.

Alba encontró a un Joan bostezando tras la puerta del 4ºD. Ella rio, hundiendo sus dedos en los pelos despeinados de este, a modo de saludo. Entró, cerrando la puerta con el pie y abrazando a su mejor amigo.

—¿Ha ido bien? —quiso saber, frotándole la espalda—. Veo que sí.

—Pf... Joan. Es que no sé cómo explicártelo. Es súper mona—dijo, abriendo sus ojos al máximo y dando pequeños saltitos—. ¡Es genial!

—¿Ha habido tema? —preguntó, poniéndole una cara de pervertido y haciéndole cosquillas.

—¡No! Bueno, nos hemos liado un par de veces—aclaró, haciendo que el chico carcajeara—. Pero no es como las otras, de verdad. Me gusta.

—Alba, siempre haces lo mismo. Te lías con ellos y con ellas, quedas dos veces más, y adiós. Luego te quejas de lo sola que estás, y vuelves a empezar—dijo el chico, entrando en el salón. Alba lo siguió, insistiendo en lo maravillosa que era esa chavala, y en lo diferente que era.

—Te juro que no he estado con nadie así. Es completamente opuesta a todos mis ex...

—Bien. Entonces con suerte te durará un poco más que tus anteriores parejas... o sea... ¿dos meses? Sí, dos meses de relajación para mí.

—Eres gilipollas—le insultó, arreándole una torta en la nuca—. No te burles de mi historial amoroso, ¿vale?

Continuaron con la discusión entre risas y reproches amistosos hasta que Joan dio por acabada la conversación. Necesitaba acostarse, pues llevaba toda la noche esperando a que su amiga se dignara a finalizar su cita. Desapareció en su habitación, mientras una Alba completamente removida por los últimos acontecimientos se acostaba en el sofá cama del salón que su amigo le había preparado. Rememoró sonriente la noche antes de dar la última pestañada.

Un piso más arriba, Natalia corría por el pasillo con sus pantalones a cuadros y la camiseta blanca que usaba como pijama. Chilló, y después se tapó la boca, acordándose de sus vecinos y de la hora que marcaba el reloj: las dos y media. Agarró su móvil, que colgaba del enchufe, y marcó el número de María, que contestó al segundo tono.

—¿Estás bien? —preguntó, intentando retener aire en sus pulmones. Exhalaba rápido y fuerte.

—¡Sí! —exclamó ella, dando un salto a la cama.

—¿Y por qué coño me llamas a estas horas? Me acabas de cortar un polvo buenísimo—la culpó. Natalia abrió los ojos de golpe.

—Perdona, tía. Necesitaba hablar contigo—se disculpó—. He estado con Alba.

—Ya lo sé. Te organicé yo la cita, ¿te acuerdas? —rio por la obviedad. Escuchó unos besos tras el teléfono—. Ve al grano, porfa.

—Me encanta, es preciosa—dijo, mordiéndose el labio al recordar la figura de la chica—. Solo quería darte las gracias.

—Me alegro. Mira, te prometo que iré mañana a verte para que me lo cuentes todo... ¡chao! —se despidió, mientras los besos en la línea se seguían oyendo, cada vez con más cercanía, mezclándose con la risa ronca de María. Y el silencio se hizo, aunque Nat no soltó el smartphone. Se quedó inmóvil, con esa sonrisa estúpida que la acompañaba desde que conoció a la mujer que le robaría el sueño de toda una noche.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora