33. Meñiques II

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Prisas, ruido, nervios. Maletas que se arrastran de un lado a otro, anuncios por megafonía, colas infinitas, retrasos que juegan con la paciencia de quienes tienen por delante el viaje de su vida, una luna de miel, una reunión al otro lado del mundo.

Un aeropuerto.

—Perdonad, ¿sabéis dónde están los stands de los coches de alquiler?

—Sí. Justo íbamos hacia allí, amigos. Venid con nosotros—sonrió Mikel, palmeándole la espalda con su habitual simpatía. Una que extrañó y maravilló a la familia que tenía frente a ellos... No esperaban encontrarse con tanta amabilidad en la capital—. Habéis dado con las personas adecuadas. Nos sabemos los aeropuertos mejor que los que trabajan aquí—rio—. Somos empresarios. Estamos todo el día metidos en un avión... En fin, ¿qué tal? ¿De dónde venís?

—De Elche.

—Ah, qué bien. La novia de nuestra hija es de allí. Una niña majísima, ¿eh?

—Anda, qué casualidad—rio el padre de familia, que rodeaba con su brazo a su hija pequeña, aunque esta se quejara de dicho gesto afectivo.

—Nosotros acabamos de llegar de Francia. Hemos estado allí por negocios—explicó Rosario para entrar en la conversación.

—Qué bonito. Siempre he querido visitar París... pero aquí mi marido es un negado para viajar—suspiró—. ¿Y qué? ¿Venís a Madrid por negocios también?

—¡No, esta vez es placer! —sonrió Rosario—. Nuestra hija, que presenta su primer libro de poesía... Qué orgullosos estamos de ella.

—Eh...

—¿Qué?

—Vosotros...

—La presentación...

—No te creo...

—Elche...

—¡Me cago en la má, consuegros! —celebró la Rafi, que se paró en seco frente a esos dos extraños que habían sido tan generosos con ellos. Y Mikel, sin dudarlo un segundo, abrazó a la mujer con efusividad bajo la mirada confusa de Marina y Miguel Ángel.

—¡Pues menos mal que he dicho que era majísima! —rio Lacunza ante la casualidad—. Yo soy Mikel, mi mujer Rosario—se presentó, y Rafi le dio los nombres de su familia, aunque en realidad todos lo sabían—. Joder, hay que ver la coincidencia, ¿eh? ¡Como no había gente en el aeropuerto!

—Ay, ay, qué risa...—carcajeó exageradamente la Rafi, abrazando con las mismas confianzas a Rosario.

—Es que qué vergüenza de mujer... —susurró Marina a su padre.

—Ya sabes cómo es...

—Pf, y me da que estos dos van a ser peor...

—Niña, cállate y vamos a saludar, que tu hermana nos mata.

—Qué guapa, hija—sonrió Rosario al recibir los dos besos de Marina—. Oye, qué genes tenéis, ¿eh? Vaya dos hijazas. Contadnos el secreto.

—Pues mira, la Alba fue en unas fallas que íbamos Mig...

—¡Mamá!

—Ay, Marina, no se puede hablar ná contigo aquí delante.

—Natalia es igual, hija. Yo no sé qué les pasa a estos niños de hoy en día... Se escandalizan con todo—se contrajo de hombros Mikel.

—Pa' unas cosas, luego pa' otras... —cabeceó la Rafi.

—Oye, qué bonita la casa de Ibiza. Alba nos estuvo enseñando algunas fotos—intentó integrarse Miguel Ángel mientras reanudaban la marcha hacia los stands de los coches de alquiler.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora