6. Are you shining just for me?

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Un altavoz negro vibraba con fuerza en la habitación de Natalia. Sonaba Queen con su Don't stop me now, una de sus canciones favoritas. Emocionada por el regalo del modo aleatorio, comenzó a saltar abriendo mucho las piernas y dando vueltas.

—¿Esto? ¡Ni de coña! —gritó María sobre la música, la cual bajó hasta un nivel que no fuera nocivo para la salud—. ¿Dónde vas con una camiseta negra de Mario Bros?

—¿Qué tiene de malo?

—Cariño, es una cita. Déjame a mí—dijo, apartándola del armario. Empezó a sacar perchas sin ton ni son mientras Natalia volvía a elevar la música y a saltar con ella. No podía evitar esconder su entusiasmo y felicidad. La Mari sacó una camiseta negra de tirantes que le quedaría por encima del ombligo y una chaqueta americana gris de rayas—. Y tus pantalones negros—añadió.

—Pero tía, eso es demasiado. Me pidió unos vaqueros... —se rascó la cabeza, dudosa.

—Pues mejor, así la pillas desprevenida—sonrió con la lengua fuera—. ¡A por ella!

Natalia no sabía decir que no a su mejor amiga. Siempre la convencía. Con pocos argumentos se la metía en el bolsillo de una manera magistral. A veces la cabreaba, pues sentía que actuaba bajo las cuerdas de María, pero en la mayoría de ocasiones agradecía su presencia. Aportaba algo de orden a sus inseguridades, y eso la hacía sentir mejor, más confiada. Si María le daba su aprobación, las dudas desaparecían.

Justo en el piso de abajo se libraba una batalla tan amistosa como la que se vivía en el quinto. Alba perseguía a Joan por el bonito apartamento. Arrastraba los pies con un puchero al que pocos podrían decir no.

—No te voy a dejar el descapo, Alba—repetía el chico, evitando mirarla. Si lo hacía, tendría que doblegarse, y no quería.

—¿Vas a dejar que se me chafe la cita? —preguntó ella, sin perder el rostro de cachorrito degollado.

—¡Ve a otro sitio! Pues no habrá lugares bonitos en Madrid... —refunfuñó él.

—¡Pero no son originales! —replicó—. Tengo que estar a la altura... esa tía es muy especial—argumentó—. ¡Conduciré bien! ¡Te lo prometo! —Joan rodó los ojos, dando esperanzas a la rubia.

—Nada de comer, ni beber. ¡Ni lo que tú ya sabes! —indicó, tendiéndole las llaves—. Como mi padre se entere me mata... joder.

A las ocho en punto Alba le dejó un WhatsApp con la ubicación del coche. Cuando Natalia vio el audi plateado y sin techo se quedó boquiabierta. La saludó con dos besos en las mejillas, mientras se miraban sonrientes.

—Qué guapa te has puesto—observó Alba, agarrándola del interior de la chaqueta.

—Tú... también—respondió nerviosa al ver lo informal que iba ella y lo arreglada que María la había obligado a vestir. Su cita llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa blanca muy sencilla.

Ambas subieron al auto y Natalia no pudo evitar preguntar si el coche era suyo.

—Ya me gustaría—rio ella—. Aunque fuera un Ford fiesta. El autobús es un coñazo... —suspiró—. Es del padre de Joan, me lo ha prestado.

—No hacía falta... —empezó a decir Nat.

—¡Sí! Lo necesitamos para el lugar donde te voy a llevar—dejó caer. La morena la miró confundida hasta que una sonrisa torcida transformó el rostro de la otra, contagiándosela. Alba conducía con una seguridad que Natalia envidiaba. Probablemente era de las cosas que más le atraían de ella. La miró embobada. La suave brisa movía sus cabellos con gracia, con sensualidad. La rubia la pilló, girando su cabeza y sonriendo, pero no le dijo nada. Nat preguntó si quedaba mucho para evadirse y evitar que sus mejillas se sonrojaran—. Ya no queda nada.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora