El ruido de los coches al pasar, unos vasos chocando con otros, los pasos ajetreados de los clientes y trabajadores, y el llanto de un niño que quiere volver a casa. Esos eran los únicos sonidos que oían Alba y Natalia en el bar donde comían. No se hablaban, no se miraban.
—¿Falta algo por aquí? —preguntó amablemente la camarera, obligando a que las chicas interactuasen. Se negaron con la cabeza la una a la otra y trasladaron la información rápidamente. Esta les sonrió complaciente y las miró mientras se largaba. Había notado tensión entre ambas.
—Siento si no estoy muy habladora, lo del autocine...—se disculpó Natalia, aprovechando ese pequeño contacto. Alba la siguió enseguida. No quería volver a la incómoda situación de antes.
—No pasa nada, está bien—le quitó importancia—. Ya está aclarado. Asunto zanjado y a otra cosa—sonrió.
—Pero voy a arreglar esto. Sí. Se acabó esta mierda—contestó Natalia, corriendo hasta la barra para pagar la cuenta. Alba la regañó en la distancia, tratando de sacar su cartera, pero fue tarde—. ¡Vamos!
La rubia la siguió sin saber qué tramaba. Aunque poco importaba. Cualquier cosa mejor que el silencio incómodo que habían mantenido durante la velada. Salieron del bar caminando hacia el coche. Natalia no dejó que se quedaran calladas, empezando ella con la conversación:
—Me cuesta digerir este tipo de situaciones. Quiero decir, no sé—sacudió sus manos—. No me olvido de cuando la cago a la primera, ¿entiendes? Me persigue durante un buen rato hasta que consigo distraerme... Así que siento ese coñazo de cena que te he dado.
—Tampoco ha sido para tanto, idiota—rio la chica—. ¿La cagas mucho?
—No es que la líe pardísima, pero hago imbecilidades que me hacen quedar en ridículo. Probablemente mi cabeza las exagere, pero así soy yo—bromeó, más relajada, encajando sus manos en los bolsillos de la americana—. El sábado fue... —tragó aire—. Soy gilipollas—carcajeó al recordarlo con los ojos en el techo—. Estuve en una entrevista de trabajo de la que no creo que me llamen después de que comprobasen que soy retrasada.
—¡Verás! —se animó la rubia, enganchándose al brazo de la morena.
—Cuando ya terminó la reunión, me fui pa' la puerta. Tiré, nada. Empujé, tampoco. Total, que empiezo a mirar si había algún tipo de botón que la abriese, y vi un interruptor al lado. Le doy, y todas las putas luces de la oficina se apagaron.
—¡Júralo! —explotó Alba en carcajadas a las que se unieron las de Natalia, que aun podía sentir la vergüenza en sus carnes—. ¿Y qué hiciste, tía?
—Las volví a encender automáticamente y pedí perdón riéndome. ¿Qué iba a hacer? Se empezaron a descojonar en mi cara. Imagínate, yo que no podía salir, ahí plantada. Seré imbécil—Alba rio sin parar mientras Natalia terminaba con su vergonzosa historia—. Lo peor es que me dicen: tira fuerte. Tiré, y efectivamente... —no pudo acabar el relato, estallando en risas.
Alcanzaron el descapotable que Joan le había dejado a la rubia y subieron. Alba guardó sus chaquetas en el maletero, pues la noche madrileña estaba de lo más calurosa. Subió al vehículo y miró a Nat inquieta esperando el siguiente movimiento de la navarra.
—¿Qué? —se encogió de hombros esta, sin entender qué ocurría. La otra arqueó las cejas, echando el rostro hacia delante—¡Ah, coño! Eh... —sacó su teléfono y colocó una dirección que la conductora no llegó a ver.
—A ver con qué me sales ahora... —murmuró Alba, arrancando el precioso coche plateado.
Media hora más tarde, la valenciana se dispuso a aparcar. Maniobró cautelosamente, sacando la lengua y achinando los ojos. Natalia la miró sonriente. Estaba de lo más graciosa cuando se concentraba.
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Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)
FanfictionUna coincidencia (o no) reúne a Alba y Natalia en un ascensor del barrio de Malasaña. Un acontecimiento que dará un vuelco a sus vidas. (Altas dosis de softismo y azúcar) Historia extraída de 1001 Cuentos de Albalia. Puede contener referencias a otr...