22. Habitaciones de hotel

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Sus carcajadas resonaban por los pasillos del BessaHotel Liberdade. Natalia se había confundido de planta y su expresiva mueca al notarlo había despertado en Alba un ataque de risa bastante gratuito. La morena resoplaba, intentando fingir un enfado poco verosímil. Al fin y al cabo, los espasmos de su novia al reír le parecían de lo más adorable. Ahora caminaban por el camino correcto y sin soltarse de la mano, aunque con una amplísima distancia entre ambas.

—No ha sido para tanto—se quejó, deseando que los diez pasos que le quedaban para alcanzar la habitación se pasaran lo más rápido posible.

—Ya lo sé, es que ha sido tu maldita cara—volvió a carcajear, frenando en seco y soltándose de ella para taparse la boca y evitar despertar a media planta. Natalia no la esperó, sino que aceleró el paso para acabar cuanto antes con la distancia que la separaba del placer. En su mente, la discusión que habían mantenido hacía un rato ya era historia, centrándose únicamente en las últimas palabras que dijo Alba antes de entrar a la recepción: a la cama, concretamente.

—¿Dónde vas sin mí? —bromeó en un grito dramático. La morena le pidió que bajara el volumen mientras rebuscaba la llave en sus bolsillos—. Já, la tengo yo.

Alba dio varias zancadas hasta alcanzar la puerta y, pasando por delante de Natalia, sacó la tarjeta de acceso de su bolsillo. La navarra rodeó su cuerpo por detrás, hundiendo su nariz en el pelo platino de su novia. El olor afrutado de su champú la hizo cerrar los ojos para intensificar la sensación. Alba arrugó la nariz algo confusa por aquel abrazo repentino cuando ya estaban a punto de alcanzar su destino.

—Siempre he querido hacer esto... —susurró la morena, girándole la cintura para besarla de frente. Le quitó la tarjeta a la rubia, que reía en su boca al darse cuenta de lo fantasiosa que era su novia. Natalia introdujo su lengua, haciéndola retroceder hasta chocar con la puerta. Alba sonrió por el golpe y acarició con ambas manos el cuello de su chica, rozando sus orejas con los pulgares. La otra tanteaba la ranura sin conseguir nada hasta el cuarto intento. La puerta cedió y tuvo que aguantar a Alba con fuerza al darse cuenta de que se iba a caer.

—No me has matado de milagro—bromeó Alba, que tiró del cuello de la camisa de Nat para arrastrarla al interior de la suite y golpearla seguidamente con la recién cerrada puerta. Ambas gimieron tras el impacto, besándose con intensidad.

La rubia se colocó de puntillas en busca de poder, Natalia se encogió, dándole el gusto, abrazando su apetitosa cintura por dentro de la camiseta. Notó su suave piel erizada, ligeramente cálida. La abrazó con mucha necesidad, dejándose llevar por completo. Alba sonrió eufórica, quitándole la camisa sin desabrocharle siquiera un solo botón, y esta se dejó, aún medio agachada. Natalia aprovechó el momento de separación para dar un paso. Rodeó los muslos de Alba desde su incómoda postura y la alzó, haciendo que se enroscara en su cuerpo mientras recuperaba por fin su altura. Alba la miró sorprendida con una sonrisa que radiaba asombro y fascinación. Natalia también alzó sus comisuras, que mezclaban su cotidiana timidez con una picardía nueva, esa que ya había liberado en alguna ocasión y que esta vez se manifestaba más clara que de costumbre. Alba entrecerró los ojos pensativa dispuesta a descubrir qué le deparaba la noche.

Natalia la besó con urgencia, como si fuera la primera y última noche juntas. Alba la correspondió sin disimular su asombro. Lo inesperado pasó a ser fuego, despertándole una ola de calor que le abrasó el cuerpo. Notaba los abdominales al descubierto de Natalia rozando intermitentemente su entrepierna, y sus fuertes brazos sujetándola contra ella con una firmeza que la tenían desubicada. Desde cuándo eres tan... a tomar por culo. Gimió por la postura, por su dominación, por su actitud, por la excitación que aquel conjunto de variables le provocaban. Natalia se bebió aquel quejido que alimentó su poder. Alba se quitó ella misma la camiseta mientras su novia la dirigía hacia la pared del interior de la habitación. La pegó contra ella, perdiéndose en su cuello, en la constelación de lunares aún dibujada y que ahora desteñía con su propia saliva.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora