25. No es como los demás

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—Tía, pero contéstale—rogó Joan mientras la esfera amarilla fluorescente que lanzaba Alba solo derribaba el bolo de la esquina izquierda—. Es monísima. Te ha puesto tres corazones amarillos y un te echo de menos.

—Pf—bufó Alba, rascándose la nuca y quitándole el móvil—. Pablo, te toca.

—Cuando le respondas a tu novia tiraré—se cruzó de brazos, ignorando el mensaje de la pantalla que le incitaba a seguir con la partida.

—No seáis coñazo que hemos quedado para pasarlo bien—refunfuñó la rubia.

—Alba, estás siendo muy mierda con ella. Somos tus amigos, ¿vale? Igual que te palmeamos la espalda cuando lo haces bien, te damos la chapa cuando la cagas. Y me temo que la estás cagando—reprendió Joan, agarrando en su mano un puño de palomitas que devoró de una vez.

—Joder con el pijo—bromeó Pablo. Eran tan distintos que a veces ellos mismos se sorprendían de lo amigos que eran. Culpa de Alba, por supuesto. Luego centró sus ojos en la rubia—. Mira, tía. Solo tienes que decirle: yo también. Y le metes algún emoticono. Una corona, un girasol, una moto o una puta cruz. Da igual. Pero hazlo. Estará rallada.

Alba y Natalia llevaban más de cinco días sin verse. Y casi sin hablarse. Sus conversaciones se estancaban al segundo, y no porque la morena no pusiera empeño. Es que la valenciana seguía con su debate interno, y cada vez se le hacía más difícil ocultarlo. Se sentía muy a gusto con la relación que había empezado con Natalia... pero aquel temita de sus padres le había hecho plantearse muchas cosas de nuevo.

—Si te soy sincero, creo que exageras mucho las cosas, Alba. No te ha pedido matrimonio, por dios. Solo quiere presentarte a su familia... ya está. No es nada del otro del mundo. Solo será un rato—lo simplificó Joan. Dicho así, parecía muy fácil.

—Hasta yo conozco a los viejos de María—eructó Pablo al final de la frase—. Y si ellos me aguantan a mí, los de Natalia te aguantarán a ti, colega.

—No es eso lo que le asusta—intervino Joan—. Es que... piensa que por conocer a sus suegros ya van a ser súper mega novias que van súper mega en serio.

—Puto Joan—bufó Alba, sacudiéndose el pelo—. A ver, es que... pf. Ella se está entregando a tope. Para mí hacer esto es dar un gran paso, y el simple hecho de que me aterre me preocupa. Me agob...

—¿Algún problema? —el encargado de la bolera se acercó hasta el grupo de amigos. Estos negaron confusos—. Ah, es que... tenéis ocupada una calle y no jugáis.

—Ya. Porque estoy en huelga por mi amiga—contestó Pablo con una sonrisa indescifrable. El chico se quitó la gorra y jugó con ella en sus manos, algo nervioso.

—Eh... pues... si no vais a seguir... a ver. Hay más gente que quiere jugar.

—Dile a mi amiga Alba que conteste a su novia y volveremos a retomar la partida—volvió a responderle Pablo con la misma sonrisa plana. El trabajador de la bolera se quedó tan confuso como antes, pero tras fruncir el ceño, hizo lo mandado. Alba resopló, y tras aquella presión, le mandó un mensaje a Natalia.

Chica del ascensor: te echo de menos

Yo: Yo también

—Vaya sosa de mierda—insultó Pablo, arrebatándole el móvil con gracia. Al mensaje escueto de su amiga le añadió un cariñoso apodo.

Yo: Yo también

Yo: Bebé

—¡Pablo, Pablo, Pablo! —animó Joan, cantando felizmente. El encargado se volvió a poner la gorra y se retiró al ver que el extraño chico se iba directo a por una bola para reanudar el juego.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora