26. Por ti y por mí

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Hay demasiados malolientes alrededor del edificio. Están atrapados, angustiados. El ruido de esos zombies hambrientos se cuela por la ventana mientras los protagonistas intentan esbozar un desesperado plan de escape.

Atrapada en la película, Natalia sentía en sus propias carnes la acción, el peligro, el miedo. Hasta su respiración había cambiado, y su posición se alternaba una y otra vez a causa del nerviosismo. De pronto notó que una mano agarraba a la suya. Bajó lentamente la mirada para comprobar que, efectivamente, los dedos de su chica se habían mezclado con los suyos sobre el reposabrazos. Se quedó embobada mientras los altavoces gruñían desagradablemente. Debía de ser una escena bastante grotesca, porque Alba apretaba su agarre constantemente, y la luz que emitía la pantalla y que le permitía observar la unión de sus manos cambiaba muy rápidamente de tono e intensidad.

Minutos después, la luz pasó a ser más cálida y estable, y el molesto ruido se convirtió en una música melancólica. La necesidad con la que esa mano apretaba la suya había disminuido. Ahora se sujetaban con una fuerza mínima. Inmóviles. Rozándose sin más, aguantándose la una en la otra. Aún así, Natalia no levantó la mirada. Se preguntaba por qué. Por qué aquella imagen la tenía tan hipnotizada. Por qué un gesto tan simple como el de dos manos unidas la hacía sentir tan feliz. Por qué con el roce de esa piel su corazón se desbocaba sin control.

—¿No te gusta la peli? —susurró Alba haciendo que Natalia levantase por fin su mirada del reposabrazos.

—Ah, sí—sonrió—. Pero es que me dan mucho asco los zombies esos...

—¡Silencio, joder! —gritó un anónimo desde la sexta fila.

Alba rodó los ojos y emitió un largo suspiro que hizo sonreír a su chica. Seguidamente, las dos depositaron sus miradas en la gran pantalla de la sala intentando concentrarse en el argumento. Ahora, una estampida de malolientes mordía y desnucaba a parte de la banda. Natalia apartó la vista. No soportaba la violencia, el gore, las escenas de sangre. Alba parecía disfrutar, aunque también desviara sus ojos aleatoriamente. Sentía una necesidad extraña y contradictoria de mirar y no mirar, de querer ver y no poder.

La rubia le soltó la mano para dar un largo trago al enorme vaso de refresco, y en lugar de volver a la postura que habían logrado mantener durante más de media película, se abrazó las rodillas en su asiento y se giró ligeramente, dándole la espalda a Natalia. Esta la vio de reojo y formó un puño con la mano derecha. Notaba el hueco de los dedos de Alba, el abandono de aquella piel suave, el eco del calor que se había instaurado tras su marcha.

Y tras unos minutos en los que la pamplonica se lamentaba por esa falta de contacto, su acompañante dobló el cuello para dedicarle una tierna sonrisa que la llamaba a gritos. La morena se la devolvió con un tono amargo, aunque no se movió.

—Ven, idiota—susurró ella, buscando la mano que antes había agarrado para atraerla y envolverse a sí misma. Su brazo descansaba ahora sobre el de Natalia, y su mano abrazaba a la suya por encima, protegiendo a su dorso del mundo. A la navarra se le escapó una gran sonrisa que murió en el mismo instante en que depositó un intenso beso en la mejilla de Alba. Esta se encogió bajo su brazo, añadiendo también a su otra mano a la escena, colmando a su chica con un vaivén de caricias.


—La próxima vez elijo yo la peli—se quejó Natalia saliendo de la sala 8 con las manos metidas en los bolsillos y un gesto de desaprobación. Alba rio, abrazando el brazo derecho de su chica.

—Eres una delicada.

—Es que menuda mierda la Resistencia esa como se llame.

—Resiliencia—corrigió, soltando otra carcajada.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora