27. Debajo de la cama

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Hacía tiempo que Natalia no se sentía tan inspirada. El cambio de aires le había venido genial. Tanto a ella, como a su nueva libreta de gatos negros, que ya acumulaba algunas páginas emborronadas. El calor sofocante de Madrid y el estrés de las últimas semanas del curso habían reprimido su creatividad, así que, una vez aterrizó en la fantástica Ibiza, abrazó de nuevo su amor por las letras y la música.

Eran las nueve de la mañana en la lujosa residencia de verano de los Lacunza, y la más joven de la familia era la única que estaba en pie. Dormir nunca fue su fuerte. Le costaba pillar el sueño por las noches, y si se despertaba temprano, ni siquiera hacía el intento por dormirse de nuevo. Remoloneaba un poco, eso sí. Y otras veces soñaba despierta. Solía fantasear con la música. No consideraba que cantase bien, pero le gustaba imaginarse que recorría el mundo con una guitarra a cuestas y un par de libretas con canciones recién hechas. Sin embargo, ese día se saltó tanto la sesión de fantasía como la de remoloneo, yéndose directamente al jardín principal de la casa con su instrumento favorito y el cuaderno que Alba le había regalado al despedirse de ella.

Garabateó un pentagrama rápidamente. Las líneas le salieron más bien torcidas, pero no le importó. Temía olvidar la melodía que su cabeza le llevaba silbando desde que se levantase de su cama. Estuvo más de una hora probando notas, cambiando acordes, tarareando una letra que iba naciendo lentamente... hasta que sus padres aparecieron por allí para romper su inspiración.

—¿Ya estás levantada? —preguntó su madre con extrañeza.

—Sí. No podía dormir más.

—Natillita, si es verano... bastante madrugas ya todo el año—dijo su padre, besando a su hija en la frente, que sonrió pacíficamente—. ¿Desayunas con nosotros?

—Solo si me habéis comprado ya el aguacate.

Los tres disfrutaron de la brisa de la mañana. Era tradición para ellos tomar la primera comida del día en el exterior, junto a la larga piscina en la que solían pasar la mayoría del verano. Natalia no podía evitar sonreír. Desayunar al aire libre era uno de los placeres que más echaba de menos durante el resto del año, y aunque ya llevase un tiempo en su casa de verano, seguía deleitándose de la sensación como si fuera el primer día. Un fastidio que su padre interrumpiese su felicidad...

—¿Has tenido relaciones?

—Papá... ya me diste esa charla a los quince—dijo avergonzada, agachando la cabeza mientras mordisqueaba de forma nerviosa la tostada de aguacate.

—Pero antes no tenías novia y ahora sí.

—Mikel, déjala—reprendió Rosario, que prefería empezar el día con más calma. Por ejemplo, buscando en su teléfono un monitor de yoga que viniese por las tardes—. Ay, este muchacho es el del año pasado. Voy a ver si sigue dando clases a domicilio...

—¿Tengo que preguntarle a Alba?

—Ni se te ocurra, papá—contestó rápidamente, consciente de lo capaz que era su padre de cumplir con la amenaza. Lo miró con hastío, y luego respondió—. Sí. Hemos tenido relaciones.

—¿Y qué tal? ¿Bien?

—Mikel, tengamos las vacaciones en paz—volvió a intervenir la madre, esta vez más histérica que antes—. Nat ya es mayor. Deja que vaya a su aire.

—Rosario, me gustaría informar a mi hija sobre cómo llevar una vida sexual activa, sana y feliz. Sobre todo, feliz.

—Papá...

—Vale, vale—aceptó para la sorpresa de ambas. Sin embargo, Mikel no había terminado de hablar—. Te dejo que te termines el café y empezamos.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora